Primer mensaje de la mañana: Banco Santander Río notificando que tengo un sobregiro superior a lo acordado.
Hace unos años hubiera llorado por un sobregiro: a los treinta cuando la responsabilidad era una caja fuerte llena de mandatos diarios. Ahora creo fervientemente que no se puede vivir sin tener un sobregiro de algo o de alguien. Es decir…. Estar sobregirado… deberle algo a alguien, tener una zanahoria que nos invita a levantarnos al día siguiente para saldar esa cuestión que tenemos pendiente. Así sean doscientos pesos de sobregiro, un café, una charla, una puesta de sol, aunque deberle a la AFIP no estaría contando.
Levantarse y no tener nada pendiente sería algo así como amanecer y ver de pronto que una bomba nuclear arrasó por completo con lo que quedaba de vida sobre la faz de la tierra. Y vos estás solo, más sólo Will Smith en “I am legend”, porque ni tenés perro ni te vas a encontrar con nadie más. Hasta los zombies son desaparecidos en acción. No más colas en el mercado. Qué horror… ¿dónde estaría quedando ese paraíso?
Suena el celular. Me escribís para saber si te estoy esperando. Ese es el segundo mensaje de la mañana luego del mensaje corporativo del Santander. Querés saber si soy tu pendiente. Me resisto a confirmártelo.
No lo blanqueás, pero sé que entre líneas dice todo eso. “Eso” son cosas del tipo: ¿pensás en mí?, ¿me recordás?, ¿sigo en tu vida?, “Hola, vine a hacer marcación de territorio”, “Necesito que no me olvides”.
Qué egoístas que somos y seguiremos siendo mañana también.
Te digo que te quiero como para apaciguar tanta angustia existencial. Te quiero como se quiere al horizonte, a un cometa, al eclipse de mañana, al borde del mar que pareciera que se junta con el cielo cuando entrecerramos los ojos, a la bruma que hay arriba de ese mar; como se quieren a esas especies exóticas que se ven por Discovery Channel que murieron antes de ayer porque estaban en peligro de extinción.
¿Acaso no es más que suficiente?
Nosotros y el amor: pendientes e intangibles.
Patricia Lohin
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