Revista Diario
Estaba cenando y los pensamientos saltaban al plato como ingredientes invitados. No paraba de pensar. Pensaba en el pasado en que si hubiese pensado de otra manera ahora no tendría que estar constantemente preocupándome en planear estrategias ni habilidades para permanecer a flote. Mientras bebía aquel excelente vino de oferta comprado en el supermercado del barrio, mi fijación mental pasó a ser preocupación sobre qué pasaría en el futuro si mis reflexiones no me daban para encontrar la salida correcta del laberinto. Y así llegué al postre; un plátano canario bien maduro, como me gustan a mi. Pero al dar el primer bocado, se me indigestó la fruta. Al final tuve un serio empacho de tanto meditar y cavilar y el estómago prefirió ponerse de fiesta. Esta circunstancia me hizo considerar que tanto recapacitar no es bueno.