Ana y Pat han empezado el año hablando de pensar, de lo que hace pensar y de lo que no, de la gente que piensa mucho, poco o nada. Y yo no sé en que grupo incluirme, porque me he pasado la vida pensándolo todo mucho, ya fueran cuestiones banales “¿voy o no voy? ¿Llamo o molestaré? ¿Me pongo esta camisa o esta otra? (las dos negras todo hay que decirlo) o cuestiones transcendentales, de esas que pueden modificar sustancialmente tu futuro cercano y lejano (lo que no quiere decir que acertará en todas las decisiones). Pero también he hecho cosas sin pensar (pero sin pensar nada de nada) con resultado más o menos parecido, es decir con un porcentaje de aciertos bastante irregular.
Pero es siempre en estas fechas, cuando se acerca mi cumpleaños (concretamente hoy para quien no tenga Facebook) el momento en que más dudas existenciales se me acumulan con el consiguiente torrente de pensamientos positivos y negativos. Porque con el transcurso de los años sigo sin entender porque el tiempo, esa medida tan exacta y fácil de medir, tan breve a veces y tan larga en otras, nos va transformando sin que nos demos cuenta hasta que un día nos miramos en el espejo y no entendemos porque esa piel apagada y vieja cubre nuestro juvenil cerebro, porque las dos cosas envejecen a un ritmo muy distinto y hasta cruel.
El caso es que desde hace un par de años me ha dado por pensar (demasiado) en que he llegado más o menos a la mitad de mi vida. Que con suerte y si no hay accidente o enfermedad mortal de por medio, me queda por disfrutar aproximadamente el mismo tiempo que ya he gastado, y eso degenera la mayoría de las veces en un análisis de las oportunidades perdidas, las aprovechadas, que hubiera pasado si… y todas esas variaciones que nos planteamos cuando ya es demasiado tarde para tomar otro camino, y sobre todo, cuando el que elegimos en ese momento nos pareció el más acertado hasta que la realidad nos desilusionó.
No me da miedo envejecer, solo que a veces me angustia nuestra condición mortal y finita, y pienso si llegará un momento en que cuando cuente años no sume los que he cumplido sino que me pregunte cuanto tiempo me quedará antes de que llegue el final.
Pero se me pasa pronto. Vivo un presente tan feliz que ni un pasado casi borroso ni un futuro incierto pueden empañar este momento.
Un regalo inesperado, palabras susurradas al oído, una tarjeta hecha a mano llena de amor, y mucho cariño. Hoy ha sido un día realmente especial.
Nunca creí que me pudiesen querer tanto.