Julio está siendo un mes especial. Llevo casi dos semanas ejerciendo de mami adoptiva de un polluelo de mirlo que encontré en mi patio.
Siempre he creído en las casualidades, ha habido muchas en mi vida que han significado mucho también. Mi mejor amigo está en mi vida gracias a este blog. Más bien gracias a que conoció este blog a través de otro y, además, yo puse un reto a mis seguidores y él cogió el guante. Casualidad...
Pues con Pepa ha pasado lo mismo. Pepa y yo estamos juntas de un modo casual. Yo tengo patio en casa con árboles y verde y hasta un pequeño estanque con cascada que, estos días estaba medio vacío porque pensaba limpiarlo. No suelo salir al patio cuando son las tres de la tarde y fuera tenemos 40°, que es lo que venimos padeciendo en Madrid este puñetero mes de julio, pero aquel día, no sé por qué, simplemente algo me llevó a salir. Y no solo a salir, sino a acercarme al estanque. Y allí estaba Pepa. Aparentemente muerta en el agua. La cogí e iba a dejarla en la tierra para tirarla a la basura, cuando movió levemente una patita.
Cogí un barreño, puse un trapo viejo y con otro sequé despacito al polluelo. Mi hija preparó una botella de agua caliente que colocamos bajo el trapo y, al cabo de un rato de frotar su tripa y lograr que entrará en calor, Pepa revivió. Barajé llamarla Suerte, pero consideré que era un nombre demasiado arriesgado. Había que esperar. Han pasado dos semanas ya y hemos decidido llamarla Pepa. Es una superviviente y una casualidad. De esas muchas que suceden.
Ahora, aquí sigo, intentando que salga adelante, ejerciendo de mami. Con una fe ciega en las casualidades, que te cambian la vida para bien o para mal, pero que siempre te la cambian...
Ahora estamos intentando conseguir que Pepa se haga mayor y esa casualidad se convierta en victoria.