Revista Literatura

Pequeña historia de amor y muerte (REVISIÓN 2)

Publicado el 02 noviembre 2010 por Kar
Hace poco que comencé un taller de escritura. Es mi primera experiencia en esta clase de historias, así que todavía es pronto para juzgar. El caso es que al entrar me pidieron que les enseñara algún cuento o relato corto que hubiera escrito. Yo no es que suela escribir relatos cortos, ni cuentos, ni nada de eso, en general. De modo que les entregué algo que había escrito hará un par de años. El "profesor" lo revisó y me propuso una serie de cambios, principalmente en ciertos giros estilísticos y una cierta necesidad de contención... vamos, que no me enrollara tanto. El resultado, personalmente, no me acaba de convencer, lo veo algo falto de, no sé cómo decirlo, personalidad. Pero bueno, ahí va:
Pequeña historia de amor y muerte (REVISIÓN 2)
Un amigo me había dicho que en una empresa funeraria seleccionaban actores. Sonaba extraño, pero mi último trabajo como actor había sido tiempo atrás y necesitaba el dinero. Mi entrevista era con la encargada de ceremonias, una chica que no pasaría de los treinta. No era especialmente bonita, pero era joven, bien maquillada, bien peinada y bien vestida, hablaba con un tono firme pero que inspiraba confianza. Me explicó que la empresa se dedicaba a la gestión de funerales y toda la burocracia que conllevan. Ella se ocupaba de que hubiera sacerdote si era necesario, de la impresión de tarjetas de recuerdo, velas, flores, féretro, preparación de cadáver, limpieza, etc. Hablaba de ello con la frialdad que su rutina le proporcionaba, y con la profesionalidad empresarial propia de cualquier otro sector.
A menudo se encontraban con que la persona que había muerto tenía el rostro destrozado, generalmente debido a accidentes. Sin embargo, la familia necesitaba ver a su ser querido una última vez. Así, mi trabajo sería interpretar a ese ser querido muerto durante la ceremonia. En esos casos, un actor se hacía pasar por el muerto, en el ataúd, y luego, en el traslado del cuerpo, efectuaban el cambiazo. Yo me preguntaba cómo me haría pasar por gente ante sus propios familiares, sin que estos notaran que no era su muerto. Y luego el tema de la respiración. Yo necesitaría, claro, respirar. Mi encargada lo tenía todo previsto. Contaban con un servicio de maquillaje muy bueno. La sugestión y el estado de shock en que se encontraban los asistentes hacían el resto. La caja en la que estaba era falsa, y refrigerada, para que el actor no desprendiera el calor de un ser humano vivo. Y en cuanto a la respiración y el pulso, me aseguraba que los asistentes ni se fijarían: necesitaban ver a un muerto, y eso es lo que el subconsciente les llevaría a ver.
Lo cierto es que no me hacía mucha gracia. Pero mi encargada me aseguraba que me llamarían al menos un día por semana, y haciendo cálculos, con cuatro días de trabajo al mes, me sacaba tanto como en mi último trabajo en una cafetería.
Realmente eran un equipo de verdaderos profesionales. Los efectos de maquillaje y peluquería lograban darme un parecido con el fallecido realmente escalofriante. Hice un curso de relajación, para lograr una respiración pausada, casi imperceptible, y tener un pulso mínimo durante la jornada de trabajo. Las primeras veces me costó, me concentraba lo posible en aislarme de todo, para lograr el tan ansiado estado de reposo. Pero con el tiempo me fui acostumbrando, y comencé a fijarme en detalles, sin preocuparme de mi aspecto externo, pues sabía que nadie podía ver en mí otra cosa que a su hijo, amigo, familiar o amante muerto. Notaba como algunos se acercaban. Notaba como lloraban, algunos me besaban en la frente, otros en la mejilla, otros me tocaban la cara en busca de un último contacto físico. Algunas personas confesaban de todo ante el cadáver, entre arrepentidas por no haberlo hecho en vida y aligeradas por no tener que hacerlo ya nunca: infidelidades, amores escondidos y algún que otro secreto. Te sorprenderías de lo que podría escuchar una persona en su ataúd si no fuera porque está muerta. Así, el puesto cada vez me gustaba más y desarrollé un morbo malsano por la familia y el grupo de amigos a los que penetraba en sus círculos más íntimos.
En principio, aquella vez no tenía por qué ser diferente. Pero desde luego que lo fue. El finado en cuestión se llamaba José Antonio, y había muerto a los veintisiete años de un accidente de coche. Como mi curiosidad era ya ilimitada, me dedicaba a leer toda la documentación que encontraba del difunto. Y la gente de la compañía no era muy escrupulosa al respecto, a menudo me encontraba informes periciales y médicos supuestamente confidenciales. Pero claro, si se engañaba a la familia mostrando un cuerpo que no era, ¿qué importaba que el muerto ficticio se enterara de varios asuntos privados? Al parecer, el fallecido de aquél día se había quedado extrañamente dormido al volante, en medio de una gran avenida en plena mañana, y se estrelló contra un árbol.
Ya en la sala, notaba como iban pasando los familiares y los amigos, pero una voz estaba siempre presente, la de una mujer joven que lloraba, aunque con entereza. No le daban ataques de nervios, se mantenía triste, con voz temblorosa y afectada, pero siempre al pie del féretro. Cuando acabó la misa, y con ella, mi turno, estaba deseando un cigarrillo. Estaba prohibido, pero como ya llevaba varios meses en el trabajo, me permitía ciertas libertades que la propia confianza en el puesto me daba. Y salí, con la ropa y el maquillaje de muerto, a un patio interior, para fumar. Era un patio de luces, nadie podía acceder allí, a no ser que lo hiciera por la puerta de incendios, que usaba yo. De repente vi a otra persona salir. Y pensaba que sería alguna compañera, haciendo lo mismo, escaparse para fumar. Pero no me sonaba su cara. Era una joven morena y muy bonita, que tenía los ojos hinchados y la cara llorosa. Al salir al patio de luces me vio y por un segundo palideció. “Jose?” dijo, con la voz afectada, pero en seguida se dio cuenta de que era imposible y ya con un tono de extrañeza, me preguntó “Quién eres tú?” Me avergoncé tanto… le pedí perdón y no tuve más que explicarle la verdad, lo de mi carrera de actor, lo del novedoso servicio de las pompas fúnebres, que había contratado su madre, y lo de que no debería estar allí, maquillado y vestido. Y le rogué que no dijera nada, que perdería el puesto. Masculló un “Tranquilo” y estaba a punto de desaparecer cuando me pidió un cigarro. Sorprendido, se lo di. Me dijo que me fumara uno con ella, que se sentía muy triste y muy sola, y que al fin y al cabo, la muerte de su marido no era culpa mía. Entonces comenzó a hablarme, de su marido, con el que llevaba cinco años casada y dos de novios. Luego a comentar lo deprimentes que le parecían los funerales. Y aunque parezca estúpido, me quedé prendado de ella. Nunca olvidaré su mirada apenada pero serena. Fueron sólo diez minutos, después se marchó, tenía que ir al cementerio con el cortejo, que probablemente la estarían buscando. Al despedirse me dio un abrazo y dos besos. Antes de marchar definitivamente se disculpó por este arranque de afectividad, justificándose en que le recordaba tanto al difunto que por un momento sintió tenerle cerca. Y desapareció.
Aquél día no dejé de pensar en esa chica morena y algo pálida, que vestía un simple jersey de lana negra y unos tejanos. Averigüé su nombre en los registros del ordenador, ya dije que la seguridad de los datos en la empresa brillaba por su ausencia. Cada día, tuviera o no trabajo, me acercaba a las oficinas en el tanatorio. Me inventaba alguna excusa burocrática. Y justo siete días después, me pasé por la empresa, esta vez para aclarar un asunto de la nómina, y entonces la vi. Estaba sentado con la chica de contabilidad cuando ella pasó, por lo que pude oír, se había dejado una chaqueta en el tanatorio, que venía a recuperar. Ella también me vio, y me sonrió. ¡Qué extraña resultaba una sonrisa en su cara! Finiquité mi asunto contable atolondradamente, salí corriendo en busca de esa sonrisa, y me la encontré en la puerta, fumando. Disimulaba, pero yo creo que me estaba esperando. Así que hablamos, yo me disculpé cien veces más, y ella cien veces me tranquilizó, argumentando que ese cigarrillo conmigo fue lo mejor que le había pasado desde el fatal accidente. Estuvimos juntos varias horas, charlando. Y así comenzó todo. Llamadas, mensajes de móvil, cafés, hasta que una noche quedamos para cenar.
Una cosa llevó a la otra, y cuando apenas hacía tres meses que había enviudado, ya me pasaba más tiempo en su casa que en la mía. Ella lo mantenía más o menos en secreto, básicamente por la familia. Pero no me importaba como tampoco me importaba que a veces jadeara el nombre de su marido en la cama. Era feliz, ella me trataba con mucho cariño, y yo estaba locamente enamorado. Pasados varios meses comenzó a hablarme de su difunto esposo, pero siempre en forma de pasado. Me había acostumbrado a que la presencia del tal Jose pululara por todos los ámbitos de nuestra relación.
Y un día, justo cuando hacía nueve meses que oficialmente estábamos juntos, aparecieron los policías, con toda su parafernalia de la ley, y se la llevaron. Cuando quise bajar al calabozo a verla, me dijo su abogado que estaba muy afectada y prefería no verme. Luego vino el inspector y me explicó que mi novia estaba acusada de suministrarle una sustancia tóxica a su entonces marido, probablemente mezclada con la comida. Que esa sustancia le provocó un desmayo al volante que a la postre, fue lo que le mató. Me preguntó si yo me encontraba bien, y ordenó que me hicieran una serie de pruebas, e insistió en si alguna vez sospeché algo. Pues no. Ni en la más remota de mis elucubraciones pude imaginar algo así. De modo que después de repetir mil veces mi historia, me dejaron marchar. Y al salir por la puerta de la comisaría, sólo quería irme y no volver más, y transformar todo aquello en recuerdo. Al poco tiempo me enteré que la encerraron por homicidio: confesó que lo había hecho. La policía me dijo que la siguiente víctima pude haber sido yo. No lo creo.
Canciones:
Def Leppard: "Love Bites"
Fun Lovin' Criminals: "Rewind"
Marvin Gaye: "I've heard it through the gravepine"

Volver a la Portada de Logo Paperblog