Pequeñas cosas que no molan nada (3)
Publicado el 02 diciembre 2010 por Jmbigas
@jmbigas
La política de suministro de las cosas básicas (o ligeramente superfluas, pero placenteras) para la subsistencia es seguramente una de las decisiones que (a menudo tácitamente) hay que tomar en cada hogar.Cola en las cajas de un supermercado
(Fuente: paraellasymas)
En la mayoría, se definirá un calendario de visitas a grandes superficies (hipermercados, supermercados,...) cada cierto tiempo. En algunos casos, se tienen proveedores específicos para los productos más perecederos (carne, pescado, fruta,...) o para algunos productos que no se pueden encontrar en cualquier sitio y para los que hay que recurrir a proveedores especializados. Yo, por ejemplo, visito de vez en cuando el Mercado de San Miguel, junto a la Plaza Mayor de Madrid (una maravilla de mercado moderno, por otra parte) porque su charcutería es el único lugar que conozco en Madrid donde tienen a la venta las salchichas de frankfurt de La Charcutería Alemana (Max Zander), para mi las mejores que están a la venta en el comercio. Su equilibrio entre las carnes empleadas, el especiado y el ahumado las hace únicas, para mi gusto.Los muy aficionados al café seguramente harán una visita periódica al tostadero habitual o a la tienda correspondiente de Nesspresso, para aprovisionarse del producto al que ya se han acostumbrado, y del que no quisieran prescindir voluntariamente. O visitarán de vez en cuando alguna de las tiendas de L'Occitane para comprar esos geles de baño, champús, lociones o lo que sea, que ya forman parte de su confort habitual. Los que se lo puedan permitir también visitarán de vez en cuando alguna de las tiendas especializadas en vinos más o menos exóticos (Lavinia, La Carte des Vins, Vinoh!, Quim Vila o tantos otros), para escoger algunos que servirán para los pequeños homenajes de la vida diaria.Pero la mayoría seguramente visitamos con cierta regularidad algún hipermercado de los de carrito (Hipercor, Carrefour, Alcampo, Mercadona,...) donde compramos (por lo menos) los productos menos perecederos y más estándares, incluso buscando las mejores ofertas en cada caso. En el lote hay que incluir desde las latas de refresco o cerveza, latas de conserva, papel higiénico o de cocina, papel de aluminio, bolsas de basura, hasta los bricks de leche o de caldo, las botellas de alcohol para nuestros combinados preferidos, o los vinos más habituales. Habitualmente también incluiremos las naranjas para zumo, o los limones para los cubatas de la noche, y también el gel de ducha familiar, o el jabón líquido para lavarse las manos, o la colonia básica para refrescarse la cara. Y también, por supuesto, los paquetes de agua mineral (con o sin gas) para apagar la sed familiar.En resumen, antes de ir nos hacemos una lista con las cosas que precisamos comprar, de acuerdo al estado actual de nuestra despensa. Para algunas cosas tenemos nuestra marca preferida (ese refresco de cola específico, que es el que mejor liga con ese ron específico con el que nos hacemos los cubatas, cuando toca), pero para otras cosas pensamos comprar algún genérico que esté a buen precio. La lista de la compra es nuestro documento de trabajo para coger un carro (previo pago de la fianza correspondiente, y tratando de elegir uno relativamente nuevo, que no chirríe mucho ni que derive sistemáticamente hacia uno de los lados), y adentrarnos en la superficie de compra.Con la lista y el carro, ya podemos recorrer los diversos pasillos del lugar, cogiendo los diferentes artículos relacionados y depositándolos de la mejor manera que podamos, en el carro. Aquí hay habitualmente un diferente comportamiento, en general, entre los hombres y las mujeres. Las mujeres tienden a realizar un trabajo previo más exhaustivo, y su compra se limitará habitualmente al contenido de la lista cuidadosamente preparada. Los hombres, otra vez, en general, tenemos tendencia a estimar que el total de la cuenta será un 15% o un 20% más que el puro contenido de la lista, porque habremos sucumbido a alguna tentación en la Zona Gourmet, o habremos visto un vino desconocido que nos apetece probar, o quizá incluso esos pitiflús tricúbicos, que tan bien pueden acompañar esa comida que tan bien te sale, cariño.Es indispensable que el equipo que va a la compra tenga un líder indiscutible, que es quien dirige toda la operación. Y, dado que la tarea de peón de carro es particularmente humillante, yo recomiendo que el equipo de la compra sea unipersonal. De esta forma, la humillación se compensa por la elevada tarea de toma de decisiones, que hay que realizar varias veces durante la operación. Desde luego, dejar a los niños jugando en algún otro lugar es una decisión higiénica, que nunca será suficientemente agradecida por el resto de usuarios. Un lineal de supermercado, listo para su devastación
(Fuente: marinopena)
Terminada la operación de recolectar todos los productos que vamos a comprar (lo que puede llegar a tener algún aspecto lúdico, cuando nos salimos un poco de la escueta lista o cuando tenemos que elegir entre diversos genéricos, cualquiera de ellos adecuado a nuestras necesidades), y hemos sorteado las decisiones a menudo inexplicables (para el cliente; ellos saben muy bien por qué) sobre dónde dispone el establecimiento los diversos productos, viene la parte más desagradable. Tenemos que buscar una caja donde no haya mucha cola.El tiempo que tenemos que esperar para pagar la compra es, literalmente, tiempo perdido. El momento de posibles satisfacciones ya pasó, y este es un tiempo de pasividad, espera y esfuerzos adicionales, que nada nos aportan. Con la crisis, algunos establecimientos han optado por mantener abiertas un menor número de cajas (ahorrándose así algunos puestos de trabajo), con lo que, en horas punta, las colas pueden ser más que soberanas. Durante la espera, todavía nos quedan algunas decisiones por tomar. ¿Con qué tarjeta de crédito pagaremos? ¿O quizá es mejor pagar en efectivo, y ya pasaremos luego por el cajero?. Quizá hemos traído de casa bolsas de las reutilizables, que llevamos en algún lugar del carro, o colgadas del gancho que tienen algunos carritos. Si no tenemos bolsas, y el establecimiento es tan ecológico que las cobra (aunque sea a un céntimo cada una), tendremos que reflexionar sobre cuántas vamos a necesitar, porque hay muchos productos que mejor irán sueltos en el maletero del coche.Cuando, por fin, llega nuestro turno, nos toca un ratito de actividad física. Sacamos del carro todo lo que hemos comprado (bueno, técnicamente todavía no se ha producido la compra) y lo situamos sobre la cinta móvil junto a la cajera (creo que nunca he visto un cajero en ningún establecimiento, ¿por qué será?). Con suerte, la superficie de la cinta habrá sido suficiente para colocarlo todo. Si no cabe, tendremos que esperar a que la cajera empiece a liberar la cinta por un extremo, para ir colocando el resto, mientras se nos acumula el trabajo al otro lado de la caja.Recogeremos luego todos los productos que ya han pasado por el escáner, y se han sumado a nuestra cuenta, los meteremos directamente en el carro, o previamente en alguna bolsa. Al final, la cajera nos dice el total a pagar, y cerramos la operación con efectivo o con tarjeta y firma (o tarjeta y PIN, si ya va dotada de microchip).Con alivio, empujamos el carro hacia donde dejamos el coche aparcado, y empieza otra operación logística de cierta magnitud, en el propio parking y luego ya en casa.Cliente confuso por la diversidad de la oferta
(Fuente: Noches Lúcidas)
Técnicamente, nuestra operación de compra termina cuando decidimos encaminarnos a la caja. Todo el tiempo que pasa hasta que conseguimos tener el carro de nuevo cargado, al otro lado de la caja, y la compra pagada, es una esclavitud que nos impone el sistema, y que no nos aporta absolutamente nada. Y, muchas veces, este tiempo es francamente excesivo. A veces llega a la media hora o incluso más. ¿Cómo se atreven así a disponer de nuestro tiempo?.La ilusión de todo habitual a las grandes superficies es que hubiera a la salida un arco como en los aeropuertos, capaz de leer y detallar toda nuestra compra, sin más acarreos. Insertar la tarjeta, teclear el PIN, y a casita que hace frío. No más de un par de minutos. Pero da la sensación de que técnicamente esto debe de ser más complicado de lo que parece. Desde hace mucho tiempo se plantearon ya soluciones piloto alternativas, pero ninguna parece haber progresado hasta formar parte de nuestras vidas cotidianas. El RFID (etiquetas activas en cada producto) pareció que podía ser una posible solución, pero, aparentemente, el coste de esas etiquetas lo hace inviable para la mayoría de productos de los que compramos en el hipermercado, y seguimos estancados en los códigos de barras, que requieren de un escaneo manual.En la Red he visto diversas recomendaciones sobre cómo aprovechar el tiempo perdido en la cola ante las cajas, para realizar, incluso, algunos ejercicios de abdominales. Pero todo ello no son más que medidas paliativas, y no abordan la base del problema. El tiempo que perdemos en la cola de las cajas intentamos aprovecharlo revisando los correos en el smartphone (si tenemos uno), o incluso para hacer alguna llamada, los niños jugando con alguna miniconsola, incluso muchas parejas aprovechan para montar una discusión o pelea ad hoc. Siempre acabamos comentando con algún vecino o vecina de cola lo torpe que es esta cajera, y si el equipo de compra es multipersonal, siempre se oyen recriminaciones sobre lo errónea que fue tu decisión de escoger esta caja, que no se mueve nada (un motivo más para recomendar los equipos unipersonales).En resumen, entre que hemos terminado nuestra compra, y el momento en que ya nos podemos ir a casita, pagamos en tiempo un peaje inadmisible al establecimiento en cuestión, por el que nadie nos compensa. Y eso no mola nada.¿Para cuándo la tecnología -o lo que sea- nos liberará de esta esclavitud o, al menos, nos pagará por ella?.JMBA