Revista Literatura

Pequeñeces

Publicado el 07 septiembre 2011 por Gasolinero

Las cosas van sucediendo al buen tuntún, inopinadamente; el hado es irreflexivo y poco le importa nuestro deseo y mucho menos nuestra previsión. Arrambla con todo. Es como cuando la gente construye casas, calles, e incluso poblaciones en un ramblón porque hace equis años que no llueve. Tarde o temprano viene la gota fría y el agua vuelve por su cauce llevándose todo por delante.

Las cosas pasan y uno intenta contarlas como buenamente puede. Nunca eventos acontecidos, casi siempre pequeñas historias y recuerdos sin mucha pompa ni enjundia y que seguramente a nadie importen. Aquí no hay héroes al uso, hay titanes que se baten el cobre con sus ínfimas existencias. Peleando con la vida. Me apasiona la gente a la que los petulantes llaman «de la calle»; detrás de cada uno de los que esperan en la acera de enfrente a que el semáforo cambie hay una historia, algunas veces sorprendente.

Meneos era el tipo más guarro que he conocido. No sé si aún vive. Era uno de los camioneros que nos llevaban el carburante a la gasolinera. Parecía que llevase eternos guantes negros. El pelo pastoso y pegado al cráneo, afortunadamente el uniforme era azul oscuro casi negro. Contaban sus compañeros que la esposa (una santa, remarcaban) usaba las fundas de las almohadas de plástico y que forraba los sillones y los bordes de las cortinas de ese material. Se lavaba las manos con la gasolina que escurría al quitar la manguera de descarga. Le pusieron Meneos porque no se estaba nunca quieto, parecía que tuviese el baile de San Vito. Hablaba pausadamente y contaba las cosas muy bien contadas, me habría pasado horas escuchándolo. Era buena persona. Se puso en contra de la empresa y acabó repartiendo gasoil a los pozos de riego por los caminos de tierra. Sus razones tendría.

Los héroes que ocupan larguísimos artículos en las enciclopedias no lo serían sin nosotros, gente de la calle.

Capullo se llamaba Ramón y también era chófer de la empresa subsidiaria del abastecimiento de combustibles a los surtidores. Era alto y sarmentoso: puro nervio. Complexión cercana a la del dómine Cabra y tampoco muy aséptico. Simpático y servicial; muy consecuente en sus apreciaciones, a pesar del ímpetu del que hacía gala. Una vez se equivocó al descargar, echando gasolina normal en el tanque de la súper. Hubo que vaciar depósito, mandaron una camión con bomba conducido por el enlace sindical de entonces. Nos comentó que le había hecho feliz el error de su compañero porque se había puesto de parte de la empresa, en esa guerra fratricida. Capullo estrenaba todos los camiones que compraban los dueños. Sus razones tendría.

Nunca me veo como el príncipe que blande la espada, ni como el general que conquista una cota; no me identifico con el protagonista de la película pues soy un mero figurante.

Y confieso mi admiración por las pequeñas cosas que forman la vida.

P. S.

«(…)

Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.

La vida es bella, tú verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor, tendrás amigos.

Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.

(…)»  (Palabras para Julia - José Agustín Goytisolo)

 

www.youtube.com/watch?v=hoCZ8H0RAsA

 


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