Algunos grupos se oponen al matrimonio entre personas del mismo sexo. Como si la palabra matrimonio tuviera un nexo metafísico con una realidad en el Topus Uranus de Platón, cuya estructura fuera inmutable. Pero gracias a los liberadores aportes de la reflexión sociológica se ha consensuado en que las palabras son etiquetas que tratan de definir lo que un determinado grupo social cree en un específico tiempo y espacio. El lenguaje es la principal vía que tenemos para objetivar realidades; siendo éstas una neta y clara construcción social.
Hoy en día tenemos la gran oportunidad de re-objetivar esta palabra: matrimonio. La cual implica una institución que conlleva entre otras cosas, derechos y obligaciones; pero también requisitos para poder instituirlo. Entre ellos hay uno que establece que debe ser llevado a cabo por un hombre y una mujer. El requisito de la intersexualidad impide a las personas de condición homosexual la capacidad de incluir en su plan de vida este instituto de derecho por dicha condición. Vulnerando groseramente el principio de autonomía y el principio de no discriminación, entre otros, enmarcados en el Bloque Constitucional.
Es necesario entender y comprender que el matrimonio y en general la familia así como los roles que propugnan es una construcción tempo-espacial. Por lo cual lo que hace cincuenta años era considerado familia no era el mismo que se tenía hace quinientos años; de este modo la realidades fueron mutando así como el contenido y la estructura de aquel termino; así como tampoco es necesario retrotraernos en el tiempo pues solo basta ir a otros países donde la estructura familiar se basa en la poligamia. Por lo cual “familia” es un concepto relativo y no absoluto.
Nuestro Código Civil Argentino hijo de la ilustración, del enciclopedismos y del etnocentrismo europeo en virtud de una política legislativa totalmente ideologizada, favorables a la clases dominantes de la época ha consagrado al matrimonio como principal institución y base de la construcción familiar, estableciendo roles y valores propios de la modernidad y de la Iglesia de Católica. Pero desde la caída de los meta-relatos (Véase Lyotard) la modernidad entró en crisis así como muchas de sus instituciones que acogía en su seno; la cual no excluyó a las relacionadas con la familia.
Desde la irrupción de las familias ensambladas, monoparentales y homoparentales han ido clamando y lo siguen haciendo por un verdadero reconocimiento e integración jurídica igualitaria. Es necesario que las nuevas leyes que reformen nuestro código, así como también todos los ordenamientos jurídicos inferiores, se planten de manera definitiva desde un paradigma constitucional. Pues que los derechos humanos no son negociables y no deben plebiscitarles ni darse en cómodas cuotas. Renunciemos de una vez por todas a esa naturalización de las instituciones sociales sobre todo cuando se han transformado en una forma de excluir y marginar.
Por último no puedo dejar de opinar por mi condición de profesor de teología en cuanto a las iglesias: es triste ver cómo muchos de sus miembros sólo han heredado las enseñanzas de Inocencio III y la tolerancia de Tomás de Torquemada; y se han olvidado del mensaje de amor, de justicia y de libertad. Hasta me atrevo a decir que a muchos grupos religiosos la etiqueta de Iglesia les queda grande. Se han enmarcado en una justa religiosa con un estandarte que proclama un mensaje de odio y de intolerancia. Ruego que los grupos religiosos recapaciten y vean que en el pasado han sido objeto de persecución por tantos siglos; no reproduzcamos el binomio: opresor/oprimido; sino que seamos agentes plenificadores, pacificadores y dialógicos.
De esta forma tengo la esperanza de que las minorías marginadas por su condición sexual adquieran plenos e iguales derechos a los de sus conciudadanos heterosexuales porque con su emancipación aseguramos la de todos.
Julito