Revista Diario

Pequeños gestos, grandes pasos

Publicado el 09 febrero 2013 por Colo Villén @Coliflorchita
Estos días me siento como una invitada, una transeúnte en mi propia vida, rodeada de objetos conocidos entrelazados con otros ajenos aún. Necesito impregnar con mis vivencias las paredes que me rodean y, sin embargo, me dejo mecer por la balsa en la que me hallo, balsa que se prolonga a todas mis facetas. 
Voy topándome y alejándome en cada uno de mis encuentros a lo largo del día, sumida en un sopor enfermizo que todo lo tiñe de irreal sin serlo.
En este punto extraño he optado por recuperar un hábito que, sin saber cómo ni porqué, fui abandonando: vuelvo a mirar a los ojos. Vuelvo  a centrarme en los círculos negros de aquellas personas que interactúan conmigo, intercambiándonos. A veces se tornan miradas intensas, en las que se siente un calor corporal que reconforta. Otras son apenas unos segundos de presencia, segundos exactos para no sentirnos desnudos ante el otro pero dejando constancia de que se ha estado allí.
Creo que desvié mis pupilas durante un tiempo, no tanto por desinterés en los demás sino más bien por el deseo de no ser vista. Tal vez por esto he tardado tanto en ponerle nombre. Durante muchos meses me he sentido flotar, evaporada, entregada a los ojos negros de mi hija. Y al desplegar de nuevo mis alas de mujer, las que tan sólo abarcan mi cuerpo, necesité pasar de puntillas por mi propio espacio, entrar poco a poco en él porque, a su vez, necesité abandonar poco a poco el mundo suspendido que creamos para las dos. Tal vez deseara intensamente ser invisible durante el trámite.
Ya he asumido la vuelta de rosca, ya comprendí los cambios que vienen adheridos. Entiendo que no es mi mano la que la acompaña en cada paso, ni mis ojos gozan sus descubrimientos. Sé que no soy su única referencia. Y lo he aceptado.
Ahora voy despertando el embrujo que hay en ello también aunque, en ocasiones, me sienta perdida en mi balsa. Aunque, a veces, mi cuerpo aúlle por desconcierto. Aunque de pronto, descubra que unos ojos, que debieran ser conocidos ya, están ahí y que es hermoso. Que cada cuerpo se habita de mil formas distintas y que todas y cada una de nosotras ofrecemos una pequeña ventana a la que merece la pena asomarse e invitar, entregar y agradecer. Ventana que no debiera atravesarse sin llama y me sorprendo cuando alguien se posa en ella, acostumbrada a aguardar ese momento en silencio como un tesoro, ante la falta de empatía a la que cada órgano y poro de nuestro ser se va acostumbrando y cediendo espacio.  Acostumbrada a observar que tan sólo humanizamos los defectos y, en cambio, se resalta lo que nos hace irreales, inalcanzables, meros patrones para admirar. Sin tocar, sin oler, sin palpar ni mirar dentro o más allá.
Y al desligarme de la madre para centrarme en la mujer,  siento que en ese gesto fugaz regreso a lo que soy. Sé que es una revelación sencilla pero en ese sendero que une mis pupilas con otras comienza mi propia resistencia a la deshumanización. Un pétalo más en mi Re-Evolución personal.

Pequeños gestos, grandes pasos

Autor desconocido



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