Hoy perdí, otra vez, mi tarjeta de débito. Iba a ir a sacar dinero y noté que no estaba en la bolsa de mi pantalón. Ya lo sé: una tarjeta no se carga en la bolsa del pantalón. Fue muy triste tristísimo. Nadie perdió una pierna, pero me puede lo que me van a quitar por reponer el plástico, el riesgo en el que estuvo el dinero que ahí está y el cambio de planes que implica no disponer del dinero hasta mañana y tener que ir al banco. La cosa viene después de semanas complicadas en el aspecto económico, entre malabares, cancelaciones y atoramientos. Encontrarme sin saldo de teléfono para hacer la llamada de reporte por extravío, cuando recién tenía en mente que estaba a punto de disfrutar una torta de milanesa, fue como caer a un charco de agua sucia.
Pero con la niña no hay oportunidad de duelos muy prolongados, así que después de una lloradita, seguí adelante con el día.
Y que veo que se murió Juan Gabriel.
En general, me parece entre raro, enfermo y falso ver a multitudes dolientes en los funerales de los famosos. Que vayan al chisme, lo entiendo; me perece feo, pero auténtico. Que vayan como dolientes se me hace que está para analizarse. Sin embargo, yo de verdad lamenté la muerte de Jenny Rivera; no era fan, pero me sentí identificada con ella una vez que vi una entrevista, y cuando se murió, me pudo mucho. También comprendí el lamento popular por la muerte de Chespirito; a mí no me pudo, pero sé que mucha gente creció viendo sus interpretaciones y sintiendo algo tanto por sus personajes como por él. Hay gente que está en una posición por la que se hace presente e importante, aunque en realidad no tenga nada que ver con una. Así Juan Gabriel.
Ya me había repuesto de la pérdida de la tarjeta, cuando esta noticia me dio un descontón. Me queda claro que no conocí a la persona real que murió; el personaje-artista ni me conoció ni pinta apenas en mi vida... pero a lo mejor un poquito, sí. Toda mi vida ha habido canciones de Juan Gabriel por ahí; que de pronto no exista más esa persona de quien salían las canciones y la voz, me deja todo ese pasado en un pasado más "ido", más que "ya no es". Me recuerda que todos vamos a morir. Que mi hija no va a tener relación con cosas y personas que me importaron. Que no va a conocer la escena en la que mis tías recogían la casa el fin de semana mientras oían una colección de cassettes de Juan Gabriel que le prestó su novio a mi tía más chiquita. Que no va a conocer los cassettes... Que no tiene la menor importancia lo que pasó un domingo o lo que haya pasado en un auditorio lleno de gente, porque te mueres y a los dos meses o a los dos años (o veinte), apenas eres un recuerdito.
El hombre fue un gran compositor. Tuvo la gracia de escribir cosas que parecen haber estado ahí siempre: como si se hubieran escrito a sí mismas o hubieran sido escritas por el tiempo; como si fueran parte de un sueño común que estábamos contando todos en diferentes mañanas. Por alguna extraña orquestación, saber que se murió me hizo sentir todos los pedacitos llegadores del repertorio que le conozco. Y mis penas de amor me apenaron porque se murió. Ya no estoy en la fase cortarme las venas por nada, pero eso me hizo la noticia y todavía me siento como si hubiera llorado mucho. Qué se le va a hacer.
Silvia Parque