Pero desde la primera vez que Lila me habló, cuando la sesión de tobogán, dentro de mí se rompió un dique, sí, de veras, ya la noche siguiente me di cuenta de que puedo escribirla fácil, que no vale la pena que me coma el coco con vampiros y rollos, que Lila está ahí, me mira y me cuenta sus cosas a su manera con sus ojos que todo lo ven. Yo nunca había pensado escribir cosas de follar con coños, pollas y palabras de este palo, además al principio no era tan fácil, me costaba, soy el típico tío que se exhibe, también me da vergüenza porque mi madre en eso es muy estricta, y ahora me salen las palabras como si lloviera, parece que Lila me empuja la mano, su voz sigue cantándome en la cabeza horas después, porno o no porno no lo sé, el caso es que la pluma se desliza sobre el papel con un motor invisible, ya estoy llegando al final de un cuaderno y soy inocente, nada de reproches personales íntimos, y además ya no me aburro escribiendo, puedo hacer dos páginas por hora sobre todo cuando los recuerdos están frescos como huevos y cuando me vuelvo a acostar me duermo.
Voy a decirlo: hasta he pensado en escribirle un poema pero no sé cómo, tengo miedo de que esté lleno de suspiros y chorradas. Recuerdo una cosa que me decían cuando era pequeño, sería de África: en la noche negra, una mesa negra, una hormiguita negra, Dios la ve.
Y yo añado: Dios ve la hormiga pero a mí qué me va a ver.
Chimo, La voz de Lila