A Tomás le regalaron un perro. Era cachorro, marrón, movía la cola en todo momento y se llamaba Froilán. Lo reconoció de inmediato como su dueño y lo seguía a todas partes. Incluso cuando se juntaban con amigos en la placita de la esquina.
Julián fue el que preguntó si alguien tenía caramelos. ¡No! dijo Tomás y Froilán no tardó ni un instante en ladrarle, no una, sino dos veces.
Más tarde, Esteban preguntó si alguno tenía para prestarle la tarea. ¡No! contestó Tomás y Froilán volvió a ladrarle.
En el camino a casa, notó que su perro ya no movía la cola. Su madre también lo advirtió. ¿Qué le hiciste al perro, Tomás? le preguntó. El niño dijo que nada, pero luego comprendió.
- Hoy mentí dos veces, y me lo hizo saber con ladridos - confesó y hasta se sintió avergonzado.
Froilán movió la cola otra vez.
Por las dudas, no lo volvió a llevar a la plaza.