Nunca tuvo las manos secas.
Se sentaba en los bancos de aquella plaza que te obligaban mirar el mar.
No comía, nunca le vi comer.
Una vez le vi comprando pendientes.
Y lucía faldas de seda buena y de aterciopelados colores.
Nunca le vi besando a hombres.
Ni follando con hombres.
Tenía los ojos vidriosos y el corazón lleno de barro.
Tocaba un viejo ukelele que nadie quería escuchar...
Nadie quería escuchar las verdades que salían de sus neuronas en forma de música.
En la noche, los perros, aullaban con él todas las desgracias de una vida de calle, de sombras,
de pelo sucio.