Muchas veces, nos encontramos con personas que nos parecen extraordinarias, mágicas, misteriosas. Al paso del tiempo, nos damos cuenta de que son así, y descubrimos que son más fuertes de lo que pensamos. A partir de ahí es cuando empezamos a creer en las personas indestructibles, en las personas que no necesitan nada más que a sí mismas. Errónea nuestra creencia, aunque inevitablemente vemos que para ellas el mundo es como un juego, y que cualquier adversidad es como si la partida de ese juego tuviera un nivel difícil… y siempre consiguen pasarse el nivel.
Cuando seguimos conociendo a esas personas (o lo que ellas pretenden que conozcamos) descubrimos cosas nuevas, como que tienen pareja, que dan amor, que esa distancia que desde el principio creíamos infranqueable, se va haciendo un poco más cercana. Aprendemos día a día que, valga la redundancia, tenemos que aprender de esas personas. Porque la sabiduría y la manera de pensar de esa gente es tan gratificante para nosotros, el resto de los mortales, que escucharlas es melodía para los oídos.
Hasta que llega el día en el que la realidad choca contigo y reaccionas, porque no te queda más remedio. No dejas de pensar que esas personas indestructibles no lo son tanto, que sufren, que lloran, y que quizás hayan pasado más de lo que nosotros lo hemos hecho. Que la vida no se lo puso fácil, y te cuesta creer que esas personas hayan permitido que su muro se rompiese. Descubres, una vez más, algo nuevo de ellas, y te sorprendes pensando que si alguna vez han sido destruidas… cómo no te van a destruir a ti que eres tan frágil.
Aunque me asalte muchas veces ese pensamiento, también sé que, aunque ya no sean tan indestructibles como pensábamos… han sido capaces de volver a serlo y de construir su muro de nuevo con todas las lecciones que la vida les ha dado.
A todas esas personas indestructibles; me alegra saber que la gente destructiva no os destruye.
La chica de la sonrisa infinita