Coincido casi totalmente con el análisis de Pat y con la navidad de Ana salvando las distancias de mi descreimiento religioso, por lo que ya es un poco incoherente celebrar algo en lo que no se cree.
Quizás por eso, porque si se le quita toda la parafernalia religiosa de nacimientos y belenes se queda solamente en una orgía de regalos y comilonas. Y antes no era así, cuando me gustaba la Navidad, de pequeña, era como decía Pat, una época del año mágica en la que además de los regalos extra que a cualquier niño le hacen ilusión, o los polvorones, había muchas comidas familiares, de las de antes, con niños alborotando por todas partes y abuelos sentados en sillones orejeros recordando navidades pasadas mucho más precarias, y vecinos, y algún amigo de paso.
Y si no se coincidía en una comida se iba de visita, se felicitaba a tíos, primos, tías abuelas y toda esa gran familia de la que se formaba parte y que ahora por falta de tiempo nos agregamos en el Facebook para seguir en contacto porque ya casi no hay celebraciones en las que coincidamos.
Los regalos eran lo de menos, porque solían ser escasos y solamente por parte de los padres, en mi caso no había ni estrenas, por lo que del peregrinaje por las casas familiares solo se sacaba como mucho una indigestión de polvorones, turrón de chocolate y muchos besos y pellizcos en la mejilla, de los que daban rabia. Pero nos sabíamos los nombres de todos los tíos y primos, e incluso de los que no eran familia pero eran amigos de toda la vida. Faltaban días.
Cuando tienes hijos pequeños vuelve un poco la ilusión por esa Navidad perdida, la de los secretos y las listas de regalos. La de sorprenderte con ellos ante la iluminación de Navidad, compartir unas castañas calientes mientras vas a comprar un adorno para el árbol y aguantar frío y empujones para coger buen sitio en la Cabalgata de Reyes. Entonces la Navidad pese a lo agotadora que puede llegar a ser vuelve a ser bonita.
Luego crecen, y vuelve a dar pereza. Cuando los secretos se desvelan la Nochebuena se convierte en un intercambio de regalos cada vez más complicado. No para los niños y jóvenes que siempre quieren cosas, sino entre los mayores, que seguimos obligándonos a regalarnos cosas que no necesitamos, haciendo un esfuerzo de imaginación para saber que podemos envolver en papel de regalo que provoque una sonrisa en su destinatario y no una mirada de decepción, porque a ciertas edades es difícil encontrar algo que no tengamos, o que no prefiramos de otro color, o de otra marca.
Y es que la Navidad sin contenido como decían mis compañeras se puede convertir en una auténtica pesadilla.
Lo que me recuerda que después de trabajar me tengo que ir a comprar el resto de regalos.