Los padres divorciados que están en situación similar a la mía, saben muy bien de qué les hablo: de la experiencia de quedarse sin nada de la noche a la mañana, de ir dando tumbos para tratar de recobrar _misión imposible_ una dignidad pisoteada por todos, de sacar sonrisas de donde no las hay para que tus hijos no vean ni comprendan que su padre es, a ojos del mundo, poco más que un mierda y de ser siempre, pase lo que pase, el malo malísimo, el Freddy Krueger, de todas las peliculas.
¿Y por qué, tantos años después de mi accidentada separación matrimonial, me dispongo a contaros las mil y una tribulaciones que conlleva ser padre con derecho a visitas?... Pues, por dinero _no lo voy a negar_..., porque, según me cuenta mi mujer actual, los blogs de madres que cuentan sus diarias peripecias abundan en Internet y suelen tener un tirón de lectoras tal que, en ocasiones, el blog femenino de marras puede devenir en libro, editado y todo, hay que ver... Puede que incluso, vendido... El no va más...
Y ahí ha estado todo el tiempo, y yo sin enterarme, el nicho de mercado _espero que no mi propia tumba_, la oportunidad de escapar de la penuria por la puerta de los sueños, un posible salvavidas, una obviedad que, por supuesto, tuvo que señalarme ella, que acerca de la Red lo sabe todo y más: No hay apenas blogs aireando el fondo de armario de las separaciones, contadas desde la perspectiva masculina...
¡Et voilà!... Aquí me tenéis... dispuesto a iluminaros acerca del asunto postmatrimonial desde el otro lado del espejo. Toda una experiencia llena de emociones, de aventuras, de comedias y tragedias varias, de cosas serias que os parecerán un chiste, de tristezas que os darán la risa, de alegrías que os harán llorar... Ah, amigos míos, el divorcio no tiene nada que ver con la planicie y previsibilidad matrimonial, ya lo veréis...
Y más allá del hipotético y providencial dinero, que ser padre separado es muy similar a ir por la vida hecho un Lazarillo y tiende a ser sinónimo de pobreza disfrazada de la palabra austeridad, me siento hoy, años después, con fuerzas para escribir mis impresiones de padre separado y con hijos, con calma y lucidez, porque si lo hubiese hecho entonces, metido de lleno en mi Pesadilla en Elm Street particular, preso de la reacción violenta de cualquier animal herido, hecho un Freddy Krueger de la vida, en lugar de escribir habría optado, sin duda, por meterle el ordenador por el recto al primero que me hubiese mentado la palabra maldita... Esa maldita palabra...
Matrimonio.