Revista Talentos
Comí un sándwich de pescado y con prisa salí para el trabajo. Como llegué media hora tarde, el jefe me recibió muy serio y, malhumorado, estrechó mi mano. Ese gesto me pareció sospechoso e instintivamente llevé mis dedos a la nariz. Supe entonces que estaba en peligro: olían a sardina.