Conciliar la vida familiar con la laboral se puede considerar la aspiración diaria de todos los trabajadores, un juego maquiavélico de obstáculos e imprevistos sólo apto para funambulistas o estrellas del cine con dos asistentas consagradas la tarea de la crianza de los vástagos a su vera.
A lo largo y ancho del mapa laboral se lanzan fórmulas para afrontar esta disyuntiva. Así, en Francia las madres se han visto abocadas a emprender sus negocios con el afán de constituirse en su propio jefe y flexibilizar su horario en función de las necesidades de los hijos. Como siempre, ya se le ha adjudicado un nombre a este movimiento: “mamiemprendedoras” (mompreneur). No resulta extraño esta inquietud por emprender dentro del género femenino, puesto que un 41% de las empresas tienen miedo a toparse con madres trabajadoras reacias a horarios intempestivos y el 29% teme o no quiere asumir nuevas bajas de maternidad y miran con desconfianza los instintos de maternidad que puedan aflorar en la plantilla, ya que es, algo así, como un enemigo a abatir que se burla evitando contratar a aquellas que andan en una peligrosa edad fértil (la treintena) o ya “fertilizadas”.
El panorama es hostil para las mujeres trabajadoras, pero también para los padres a cargo de familias monoparentales o que simplemente no quieren quedar como figurantes en la infancia de sus hijos. Por eso, se ha acuñado un nuevo término: el salario emocional. Dicho concepto engloba numerosas ventajas para el empleado que ha dejado de ser un recolectador de “ceros” en su nómina, para convertirse en un gourmet de las condiciones laborales: cursos de idiomas, ofertas para las vacaciones o asistencia doméstica para la limpieza del hogar o el cuidado de los hijos. Además, ofrece asesoramiento legal o fiscal si el trabajador lo necesita, ayuda a los que no tienen tiempo para llevar el coche a revisión o renovar el DNI pagando únicamente las tasas…
Ciertamente, el papeleo para renovar la tarjeta de identidad o el asesoramiento fiscal son trámites pijos que quedan ensombrecidos por las necesidades reales, pero menos “marketingnianas”:
-El poder de expresar sus ideas e inconformidades.
- Una buena relación y comunicación con su jefe directo.
- La posibilidad de contribuir en otras áreas.
- Oportunidades de ascenso.
- Buen ambiente laboral.
- Flexibilidad de horarios.
- Autonomía en sus labores.
- Reconocimiento positivo de los rangos superiores.
Suponemos que el susodicho salario, junto con la conciliación familiar y laboral constituyen una entrega más de la vetusta lucha de los trabajadores por el reconocimiento de sus derechos; porque, aparte del vil dinero, ¿con qué quieres que te pague tu jefe?