Estoy en mi cuarto y pienso en ti con la calma de quien no te espera. Y no lo hace porque jamás llegaste a tirar esa pequeña piedra a mi ventana.
Estoy en mi cuarto y veo pasar las horas, inevitables, pesadas, como losas que oprimen mi pecho. Horas en las que no estás, en las que no te tengo.
Recuerdo tus ojos, esos que nunca dijeron los "te quiero" que yo hubiera querido entre las sombras de nuestra habitación sin calma.
Respiro el olor que tus caricias dejaban en mi piel, almizclando cada rincón de mi cuerpo, como si estuvieras ahora a mi lado. Encima, debajo, tuyas, mías.
No hay piedras en el cristal llamando a mi ventana. Nunca tendré ese recuerdo porque nunca fue. Solo me quedan esos olores, esos sabores, esa lujuria que sí fue.
Sin embargo, ahora que mi piel se enfría, reflexiono y me digo que quizás no son tus piedras las que ahora necesite, quizás no buscaba tu mirada enamorada ni que me dijeras "te quiero".
Quizás lo que extraño son solo tus caricias, tus manos, tu tacto y las sombras chinescas que formaban nuestros cuerpos cuando se amaban.
Quizás no necesite piedras.
Quizás solo necesite piel.