Revista Literatura

Pipas, ingenuas, en un cine de verano

Publicado el 18 septiembre 2012 por Gasolinero

Ingenuamente comíamos pipas en un cine de verano, sin saber lo que nos aguardaba, mientras atronaba distorsionada la música de Morricone. La eternidad entera cabía aquella noche en el rostro del Indio y la cuenta atrás del reloj de bolsillo sonaba, grandilocuente y pretenciosa, como una tocata de Bach.

Despreocupadamente —tal vez el único miedo era el de que se desenfocase la proyección o desapareciera una escena en uno de aquellos saltos de los empalmes— contemplábamos atónitos y convencidos las facciones impenetrables, las secuencias eternas e imposibles, las chumberas, intentando seguir la deslavazada e incoherente historia. Los tiros sonaban metálicos e irreales y todos sudaban, entre el polvo y los solos de trompeta.Pipas, ingenuas, en un cine de verano

Pienso en el cine de verano y camino. En aquella ingenuidad juvenil (uno fue de niño a joven sin pasar por la casilla de salida, digo sin pasar por la adolescencia). La mañana del lunes está serena, hay nubes borrosas y difuminadas, de esas que parecen pintadas por El Greco, tan propias del cielo manchego, «el cielo aborregado a los tres días mojado», pero no es el caso. Algunas veces los pensamientos saltan automáticamente. Parece el cielo pintado con tizas de colores de la infancia de Eladio Cabañero.

A pesar de todo, la calle parece alegre, las aceras están limpias: huele a mañana. El verano aguanta como un jabato los embates del otoño. Esa estación en esta tierra no deja de ser un deseo; como la primavera. Algunos días sueltos de tregua entre la combustión espontánea y la muerte por congelación.

Los bancos y las cajas anuncian casas. Pegadas en las cristaleras casi todos tienen hojas editadas por ordenador, impresas a color, «por un precio razonable puedes adquirir los anhelos, los deseos, las esperanzas e ilusiones que nosotros le hemos arrancado de cuajo al anterior dueño por no poder pagarnos». Me recuerda otra película, menos ingenua y con el mismo protagonista que la del cine de verano; mucho más viejo y menos orgulloso de apretar el gatillo.

Perro come perro. La idea de comprar, por menos dinero, una casa de la que han desahuciado al propietario me estremece, me suena al chivato de la clase, o al kapo del campo de concentración. Seguramente no sea así, pero esta mañana no consigo meter en cintura a mis ideas. Del semáforo sale un ciclista —porque va montado en bicicleta, no por las hechuras— que me suena de mi edad. Con esperanza, miro mi silueta reflejada en el escaparate de una joyería, al menos con pelo.

Las dependientas abren las lonjas, maquilladísimas, con cara de sueño a pesar de los afeites. Los oficinistas tempraneros van con las carteras bajo el brazo a sus gestiones. Por aquella acera caminan viejos, rápidos, como si la muerte les pisara los talones. Anda mucha gente, con ahínco, con la esperanza de recuperar el tipo. O por hacer algo.

La calle barrunta un paz no sé si real. Las madres llevan a los chiquillos a la escuela. Un tipo consulta un listado mientras anda sin mirar, adivinando los pasos…

Durante un estío acudimos al cine de verano todas las noches que proyectaron aquella cinta, la de la música de Morricone. Como poco una semana entera. Por oír la música… y porque tampoco había muchas más distracciones legales. Comíamos pipas con fruición e ingenuidad, reíamos con los improperios y las voces del respetable, bebíamos coca-colas y refrescos de naranja.

 No sospechábamos lo que nos esperaba.

http://www.youtube.com/watch?v=ZM8BLtveLBU


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