El viento del norte bailaba con la arena de la playa. Los castillos construidos por los últimos niños semanas atrás, comenzaban a derrumbarse y a volver a ser lo que propiamente fueron: arena sin forma y olvidada.
Los pies de Jack y Anne jugaban con la arena y las olas costeras: dejando así las huellas de sus pies por toda la playa. Sus manos se entrelazaban como si de un nudo incapaz de ser desatado se tratase. A medio camino hasta el otro extremo de la costa se sentaron sobre un viejo tronco de madera que había sido arrastrado por la corriente.
- Eres lo mejor que tengo, Jack , te quiero muchísimo – dijo Anne con una de sus increíbles sonrisas y con los ojos llorosos. Y tras pronunciar esas palabras se aferró a los brazos de Jack.
Anne estaba tan cerca de él que era capaz de sentir su corazón al compas de las olas que rompían contra las rocas de aquella costa. Era una chica realmente feliz.
Habían vivido momentos muy felices y también muy desventurados, pero siempre habían estado juntos, y para Anne eso era lo importante.
- Jack… ¿te imaginas un futuro a mi lado? Dijo con un tono melancólico, a la vez que se abrazaba a su brazo.
Él no articuló ninguna palabra, ni ningún gesto; ella giró su cabeza para mirarle a sus ojos marrones que a pesar de ser un color corriente en las personas, para ella era un color totalmente especial. Jack continuaba con la mirada perdida en el horizonte y con unos ojos que poco a poco derramaban una lágrima que se resbalaba por la mejilla y se perdía por la barbilla.
El silencio solo fue interrumpido por el oleaje y por algún pájaro que volaba por allí. De pronto Jack se levantó del tronco podrido y le dio un beso a Anne. Ella, inmóvil y paralizada por el desconcierto de la situación no le quedó más remedio que ver como se iba el amor de su vida sin poder hacer nada para evitarlo y como poco a poco las huellas que Jack iba dejando se iban borrando con la subida de la marea.