Pisar aquel bosque donde sucedieron las mejores historias, aquellas de iniciales talladas a cuchillo y tardes de mantel.
Caer rendido a la luz que se filtra entre los árboles, sentir como da calor a cada centímetro de la piel y cerrar los ojos, pensando en que hubo otros tiempos en que el calor me lo daban tus abrazos.
Caminar entre la hierba y las hojas que rondan el suelo, escuchar las voces de animales curiosos que me rondan y susurran los cuentos que aún no se han contado.
Respirar, tan hondo que por un momento se agolpa todo el aire y me atonta, tal vez ese mismo aire que tú un dia expulsaste hasta quedarte sin aliento, después de jugar al juego de perdernos.
Gritar hasta quedarme sin voz, hacer volar a los pájaros de miedo y luego sentarme, agotado, justo en aquel lugar donde empezó todo.
Donde me cogiste por la espalda y los segundos fueron lágrimas de arena.
Donde rocé tus labios tan lento que, desde entonces, siempre tengo ganas de más.
Y aún no se han marchado, a pesar de la ausencia, a pesar del olvido, a pesar de mí.
Aún no se han marchado las ganas ni los miedos, ni los nervios pensando que algún día volverás.
Mariposas, mentís tan perfecto que os odio, lo hacéis tan bonito que os quiero.
Me hacéis tan ingenuo que muero.