Piscina

Publicado el 27 octubre 2010 por Karmenjt

Hoy he inaugurado la temporada otoñal de piscina. Me saqué el pase hace dos semanas, pero hasta hoy no había conseguido sincronizar mis horarios con las actividades extraescolares y las clases de tarde de mi hijo.

Así que a las tres y media, hora en la que según el horario previsto tendríamos que estar ya en el agua, he pasado por casa para cambiarme, recogerlo y salir pitando, mientras intentaba ignorar al sofá que me miraba suplicante desde el salón, y me concentraba en la sensación placentera que me produciría sumergirme en el agua.

El baño ha sido todo un éxito (anímicamente hablando, porque estoy tan desentrenada que a los veinte minutos casi pido un salvavidas para acabar el largo). La piscina estaba prácticamente desierta, había calles de sobra, la temperatura del agua era ideal, ligeramente fresca sin producir sensación de frío, el silencio… salí del agua con esa relajación que te queda en el cuerpo después de un gran esfuerzo físico (que para mí lo había sido) y dispuesta a cualquier cosa tras una ducha caliente.

Y ahí se me acabó la relajación. Se me había olvidado que a las cinco empezaban las clases de natación para niños… y estaban todos en el vestuario, un colegio entero parecía aquello. Madres, niños/as, hermanos/as de los niños, carritos de bebé, mochilas escolares… casi no podía llegar hasta mi taquilla que estaba sitiada por una mujer que intentaba ponerle un bañador a una lagartija resbaladiza de unos cuatro años que no hacía más que escaparse, su hermana de unos seis vestida de uniforme que le miraba con sonrisa burlona, y varias mochilas, y ropa por todas partes, aquello parecía un mercadillo a última hora, con el agravante de que los vestuarios tienen una acústica horrorosa, así que los gritos de los niños retumbaban terriblemente.

Mientras me secaba el pelo observaba a las madres que estaban acabando de equipar a toda prisa a sus retoños con el gorro, gafas y albornoz y me acordaba de cuando yo misma tenía que salir corriendo del trabajo para recogerlos en el colegio y llevarlos al cursillo con el tiempo tan justo que como pilláramos un semáforo en rojo casi no llegábamos. Era realmente estresante, así que  agradecía enormemente haber superado esa etapa.

En el vestíbulo me esperaba mi hijo. Le pregunto si en el vestuario de los chicos había algún niño cambiándose con su padre y me dice que no, que sólo un niño casi de su edad, que estaba solo. Han pasado casi diez años y no ha cambiado casi nada, siguen siendo las madres las que acompañan a los hijos casi exclusivamente a cualquier actividad extraescolar, lo que me hace pensar que o solo van a ese tipo de actividades los hijos de las madres que no trabajan, o los hijos de las funcionarias, o los de las autónomas que pueden marear su propio horario como yo.

Si ellos supieran lo gratificante que es verlos aprender… la de sitio que ganaríamos en el vestuario…

El jueves estaremos antes. Es cuestión de sincronizar mejor los horarios.