Revista Talentos

Plácida sonrisa

Publicado el 11 enero 2014 por Dolega @blogdedolega

placidamente-muerto

Al fin estaba tranquilamente muerto. Reposaba en ese precioso ataúd que había encargado meses atrás y tenía una plácida sonrisa en su rostro perfectamente maquillado.

Había decidido planificar su despedida. Quería estar seguro de que podría descansar en paz durante toda la eternidad.

Se centró en el reconocimiento a su familia más cercana, ellos se lo merecían por lo que, meses antes, se aficionó a irse de putas. Su mujer siempre lo había acusado injustamente de ello, así que decidió que al final tuviera razón. Que pudiera quejarse de algo real y no de jodiendas imaginarias.

Que cuando se lamentara ante las amigas de la mala vida que le había dado, ellas pudieran corroborar el hecho, así que le había ofrecido a la Trini que si quería ganarse quinientos euros sin tener que trabajar, solo tenía que ir al tanatorio el día convenido con su vestido lila de escote en pico, sus zapatos de lentejuelas rojos, llorar mucho y tomarle una foto con el móvil como prueba, para que su amigo le soltara el dinero. Ella le había prometido que sus lágrimas serían sinceras; eso a él le importaba un rábano pero no quería contradecirla para que la escena mantuviese su frescura.

También había encargado grandes coronas de flores e innumerables ramos de las más diversas formas a varias tiendas especializadas de la ciudad. Llegarían durante todo el día, sin descanso. No es que le gustasen especialmente pero quería estar seguro que sus deudos llorarían con ganas y como en esa casa eran un catálogo de alergias, sería una eficaz manera de garantizar lágrimas por doquier.

Además de lágrimas quería tristeza, pero tristeza de la buena, de la que se siente muy dentro así que había vendido todo el patrimonio familiar para que sus hijos sufrieran sincera y desconsoladamente el día de su velatorio; que pudieran demostrarle a la madre que ellos tenían razón, que durante años le advirtieron del riesgo que suponía dejarle las finanzas y el tiempo corroboraba sus temores.

No era cosa de que en un día tan señalado se pusiera a discutir la familia. Debía estar unida y sobretodo desconsolada y no hay cosa que desconsuele tanto como percatarse de que ha desaparecido lo que uno cree que es suyo; sobre todo si se trata de dinero.

Estaba seguro de que al ver la precaria situación económica en que los dejaba, se olvidarían las viejas rencillas personales para volcarse todos juntos en querer patear sobre su tumba, así que había dejado pagado un coro de música polaca para que cantara durante la misa y bailara durante el entierro. Sus coloridos trajes regionales y sus alegres polkas le darían un punto exótico a la ceremonia.


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