La temporada baja es la mejor época del año - los tesoros de la creación para los locales.
Camino por la playa casi vacía y después me voy al bar de Nimrod, pido una cerveza y me siento a leer en frente del atardecer kitsch.
Es una época de poros abiertos, la política no me interesa y escucho al mundo, sus maquinarias y sus carruseles, distante, enmudecido, como murmullo de carretera lejana.
Si oscurece demasiado, pongo el libro en el canastillo de la bicicleta, digo chao y pedaleo de regreso. La simplicidad. la felicidad de un ritmo quieto, como olas de lago.
Empiezo a conocer los nombres de las hierbas silvestres que crecen en la berma - el bergamót con flores estrelladas rojas, las mentas de hojas velludas, las frutas del sambucus como balas de cañón antiguo en miniatura...
Cierro los ojos bajo la ducha y dejo el chorro sobre el rostro. Fantasmas en un mundo de vapor.
Vamos a la cama con tazas de té. los veladores son dos torres de libros, una a cada lado de la cama. Dormimos un sueño profundo y babeado.
Tenemos la última tele en blanco y negro del mundo. La encendemos de vez en cuando.
A unos vecinos que se mudan a otra ciudad les compramos una radio Phillips FM que nos acompaña ahora en los atardeceres kitsch.
Ella quiere trabajar en una tienda de vitrales, cortando y componiendo combinaciones de colores, hacer ventanas, faroles, lámparas. Agarra su bicicleta y se va al curso de vidrios.
Pongo la sinfonía No. 3 de Vaugham Williams y me siento a escribir.
Recuerdo esa sensasión de vivir la vida propia, al ritmo de uno, con las cosas que necesitas – no la vida de otros, con una multitud empujándote y picándote la espalda para que avances una baldosa más y ahogándote con las cosas que te dicen que necesitas.
Hay que volver a eso. Tengo que volver a eso. Esa naturalidad y esos atardeceres kitsch son demasiado valiosos como para rendirse sin tratar.