“Planeta Prohibido” es una deliciosa película de ciencia ficción (de eso que se viene en denominar serie B), realizada en el año 1956 y que cuenta entre sus intérpretes con el magnífico Walter Pidgeon y al aún hoy en activo Leslie Nielsen (“Spanish Movie”).
La película narra (supuestamente basada en “La Tempestad” de Shakespeare, una de sus última obras) el viaje de una nave con tripulación militar al rescate de una expedición científica que ha desaparecido en un lejano planeta (Altair).
La tripulación entra en contacto, ya en el planeta, con el único superviviente, el doctor Morbius, quien les advierte que deben abandonar el planeta antes de que se vuelva a producir un desenlace fatal.
Los inquietos tripulantes cuestionan a Morbius quien relata que toda la tripulación original desapareció porque no fueron capaces de admitir e interiorizar los restos de la civilización que encontraron, mucha más avanzada que la humana. Morbius se casó con otra científica durante el viaje espacial, teniendo una hija a quien llamaron Altair.
La primera noche en el planeta sucede un hecho extraño: un ser invisible y enorme penetra en la nave y mata a uno de sus tripulantes. Se piden explicaciones al doctor Morbius y éste, de nuevo, les ruega que abandonen el planeta para evitar males mayores.
Morbius accede a contarles algunos de los secretos que ha conseguido descifrar de la civilización que habitó el planeta (incluyendo la tecnología, muy simple comenta, para crear al robot Roby). En el espectador empieza a cundir la idea de que algo muy extraño sucede en el planeta.
Acontecen más muertes (una de ellas en las que se puede visualizar al monstruo de energía que ataca la nave: delicioso prototipo del “demonio de Tasmania”) y todas las miradas se vuelven hacia Morbius: le acusan de ser quien dirige al monstruo contra la tripulación. Morbius les replica que están locos, que el monstruo está atentando contra su propia hija y que cómo sería capaz él de hacer una cosa así.
En un momento dado, el científico de la nave comenta que ya (Sigmund) Freud había establecido que en la mente humana existe el inconsciente y que éste es capaz de hacer cosas que la persona (más bien la parte consciente o “yo” en términos psicoanalíticos) no puede evitar.
Efectivamente se comprueba que el monstruo es una creación inconsciente de Morbius y que sólo puede destruirle cuando acaba con su propia vida.
Hasta aquí el breve relato de una deliciosa película (de esas de sábado por la tarde) que me ha llamado la atención en relación a algunas personas dentro de las organizaciones: personas que en ocasiones, y en aras de una supuesta marcha hacia adelante, son capaces de crear “monstruos” (en muchas ocasiones de forma inconsciente) que acaban con la propia organización, o con una parte importante de ella.
Gestionemos el cambio de forma inteligente, proactiva, con visión de futuro, … pero sin dar un salto tan grande en el camino que pueda hacer que algunos de los profesionales se descuelguen y creen “monstruos organizacionales” que se vuelvan contra nosotros mismos.