Plumas Blancas

Publicado el 12 septiembre 2019 por Kanguro19

Caminaba lentamente bajo la espesa niebla que invadía la fría mañana de invierno. Era un niño pequeño, de unos ocho años, que se dirigía temprano a la escuela. Todos los días recorría esas siete cuadras que lo separaban de su casa hasta la “15” como le decían al establecimiento educativo al que concurría.

Llegaba temprano y esperaba apoyado contra las verdes puertas que no siempre fueron verdes ni tampoco la escuela estuvo siempre ahí. Hacia frio esa mañana y todavía era de noche. Había llegado temprano otra vez.

De pronto un destello de luz que deja a la Av. Matheu como si fuera de día y siente un calor como de verano. De un salto el niño baja a la vereda y mira hacia la Av. San Martin, no ve nada, la luz lo encandila. Camina lentamente, no hay árbol donde esconderse, no hay donde pedir auxilio. ¿De que? Humo de colores, mas que humo un vapor, una niebla tibia que acaricia su rostro.

Camina el niño, se pellizca pues puede ser que este todavía dormido y sea todo un sueño. Se desprende la campera, a medida que se acerca, ahí donde esta el monumento a Francisco Letamendi, ahí donde las luces de colores giran detrás de ese humo. El calor se hace insoportable. Es pleno invierno y transpira.

Se acerca a esa esquina, no sabe porque lo hace. ¿Por qué acercarse a algo que asusta? Si la madre siempre le dijo que se mantenga alejado de los extraños, de las situaciones de peligro. No hace caso y sigue caminando.

Ya en la esquina siente ruidos extraños, voces que en otro idioma hablan y que el niño no entiende. Entre la nube de vapor sombras que se mueven rápidamente. No se distingue ninguna figura, solo sombras obscuras dentro de ese blanco humo que enceguece.

De pronto siente en su espalda el peso de lo que podría ser una mano sobre el hombro. Siente una presión en su lado derecho del cuello y el temor que lo invade por completo, no puede gritar, no puede correr. Alguien le agarra el hombro y lo lleva lentamente hacia el interior de la nube. Camina y le tiemblan las piernas.

Se acerca, el calor es inaguantable ya. Mira hacia todos lados y solo ve humo blanco brillante. Luces de colores parpadean. Esas voces que no entendía se sienten como el cacareo de las gallinas. De repente un pico. Baja la mirada y en el suelo una pata gigante de un gallo. No entiende nada. Sobre su hombro una enorme pluma blanca.

Una cresta roja se asoma frente al niño que mira fijamente los redondo ojos de un gigantesco gallo que brilla. “Co, coro, co” se escucha y el chico entiende que debe arrodillarse. Sobre el asfalto de esa esquina, apoya sus rodillas y le duelen. Frente a él una gallina gigante y un gallo que parecen discutir: “Co, coro, co” dice el gallo, “Qui, quiri qui, co, co” responde la gallina.”

El temor se ha pasado ya un poco, pues nadie teme a las gallinas por más grandes que sean. El chico se pone de pie y grita: ¿Qué quieren? ¿Qué buscan?  Los animales lo miran fijo y no responden nada. El humo cada vez más espeso. Cada vez más calor. El gallo aletea nervioso y despeina de un plumazo al joven. La gallina salta frente a el y le hace frente, lo picotea. El niño se esconde entre sus patas y siente la rugosa piel del ave blanca. De repente cae hacia atrás y golpea su cabeza contra el suelo perdiendo el conocimiento.  Toda obscuridad.

“Señor, señor -se escucha- ¿se encuentra bien?”  abre lentamente los ojos y el cielo ya no está brillante, otra vez la obscura mañana. El frio es terrible y tiembla sobre el asfalto. “Señor, señor” escucha, pero no entiende, ¿Por qué señor? Comienza a hablar y el niño se escucha como un hombre de voz gruesa. Ya no es más un niño, es un viejo tirado sobre la calle sin entender que pasa en medio de una multitud que lo mira lastimosamente.

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