Magazine

poco a poco y sin sal

Publicado el 20 febrero 2013 por Mikeyf

poco a poco y sin sal

Esta es la vista desde la casa del pueblo, pronto por la mañana.


"Ahora hay que cuidarse. Nada de engordar y mantente alejado de comidas saladas y mejor comes tirando a soso". Algo así dijo mi cardiólogo hace dos días, antes de darme el alta y dejarme volver a mi casa. Después de dos semanas en la clínica, comiendo todo sin sal (¡hasta el pan!) y bebiendo café descafeinado, lo último que necesitaba oír eran semejantes directrices, pero, uno no decide qué ha de hacer respecto a su salud cuando tiene que cuidarse el corazón. (Sí, a mi edad). Así que, sabiendo que no volveré a comer ni aceitunas, ni patatas fritas de paquete, ni nada por el estilo en un tiempo largo, me hice a la idea de que a partir de ahora mi vida tenía que cambiar.
Claro que de eso ya me había dado cuenta en el momento en que me ingresaron y me comunicaron que tenía una enfermedad del corazón. Fue en ese momento en que supe que todo había cambiado, para bien o para mal, mi vida no iba a ser la misma.  Eso sí, durante las dos semanas que duró mi estancia en la clínica no me paré a pensar mucho en ello. Me traían las pastillas las enfermeras, sin tener yo que prestar atención a que era lo que tomaba. No salía de la habitación, más que para andar por el pasillo, y, en cuanto a la comida, tan sólo tenía que pensar en elegir cuál de las dos opciones de menú eran las menos mala, tanto para comida y cena. Sabía que era sin sal, que el pan no sabía a nada, y que, tal vez, si pudiera engañar a alguien para que me trajera un salero, como hacía alguien que yo conozco en su época ingresada, podría ser más feliz, comiendo esa sopa que era agua caliente con fideos, o ese puré de verduras que sabía a hierba, no sé muy bien por qué.  En realidad, había días en que comía estupendamente. La paella estaba buenísima, para los standards de un hospital, igual que las croquetas y las tortillas, pero aún así, no era la comida de mi madre, ni la que yo hago, y encima, sin sal.
El martes, cuando el médico me confirmo que saldría al día siguiente, todo empezó a ser procesado en mi mente. Me enfrentaba, por primera vez, a esta enfermedad fuera de las cuatro paredes de mi habitación en el hospital, sin ayuda de enfermeras ni médicos. Ahora tenía que aprenderme el tratamiento, o por lo menos hacerme una lista de las pastillas que tenía que tomar cada día en cada momento (cuatro en el desayuno, tres en la comida y dos en la cena), tenía que enfrentarme a tener que decir que no a aceitunas cuando estuviera tomando algo con mis amigos, a pedir en los restaurantes que me prepararan la carne sin sal, que ya la echaba yo después, etc. Pero, sobre todo, tenía que enfrentarme a la posibilidad de que fuera para largo, de que, tal vez, esto no se cure del todo, mejore mi calidad de vida, pero haya cosas que, tal vez, no pueda volver a hacer nunca.
Es verdad que el que me prohibieran hacer ejercicio no me preocupa. "No subas al Pagasarri en una temporada" dijo mi cardiólogo. "No creo ni que sepa dónde está exactamente" pensó entonces mi padre, y después así nos lo hizo saber. Tan sólo, andar por ahora, y en plano.  Pero la sal... el comer con poca sal creía que iba a ser un problema. Mi madre cocina ya de por sí misma con poca sal, y yo tiendo a echar sal a muchos de sus platos cuando me sirvo. Ahora ella cocina con aún menos sal. Ayer, en el restaurante, la ensalada se saló muy poco, y el entrecot de ternera y las patatas fritas me fueron presentadas en el plato sin sal, y con un salero al lado para que yo lo salara. (Lo hizo mi madre, que es la experta, por ahora, en la cantidad que es la adecuada).
Ahora mi madre cocina con menos sal, mis padres se echan la sal en el plato, mientras yo engaño mi puré de verduras (es lo que hemos comido hoy, buenísimo, por cierto) con un poco de pimienta (nadie me la ha prohibido) para así disimular que estaba un pelín soso.
Lo más fácil está siendo comer raciones más pequeñas y no comer entre horas. Antes de ser ingresado lo estaba haciendo, y, en el hospital, las horas estaban muy marcadas, y las raciones eran más pequeñas de lo que en mi casa acostumbramos. De hecho, ayer, comimos en un restaurante en Tetro (Cantabria) y me costó terminar las raciones que nos daban, puesto que yo ya me había acostumbrado a las raciones de la clínica.
Aún así, un dulce de vez en cuando no se me escapará, aunque no podré abusar, lo que era la tónica habitual antes. Ayer probé, por primera vez, en el restaurante, cerca de donde mis padres tienen la casa de campo/pueblo, una Crema Cántabra, un postre tradicional de la zona, con crema de orujo y piñones, que tiene cierto parecido a la crema catalana, pero nada que ver una vez que lo pruebas.  Todavía estoy buscando una receta que me parezca se asemeja a lo que probé ayer.
Algo que digo mucho estos días es "poco a poco". Lo digo cuando me refiero a acostumbrarme los medicamentos que tengo que tomar, cuando hablo de tener que pasarme el día sentado o tumbado, o cuando recuerdo que no podré comer como antes.
Poco a poco. Mi nuevo lema.


Volver a la Portada de Logo Paperblog