Revista Literatura
Un valle de grandes dimensiones ví con multitudes dentro,
y eran todos que habitaban en la tierra en aquellos momentos.
En el mundo todas estas personas estaban muy atareadas,
sin pensar que llegaría un día que se haría realidad la eternidad,
por ellos ya olvidada.
A la entrada de aquel valle una gran montaña había,
que por su altitud y majestuosidad hasta el mismo cielo llegar quería.
Este lugar era un punto de partida,
para los que queríamos vivir con sentido trascendente en nuestras vidas.
El camino que llevaba a la cumbre inicialmente estaba asfaltado,
por la gran cantidad de coches que hacían el ascenso,
siendo de esta forma transportados.
El tráfico tan denso era que los que lo hacíamos andando,
nos vimos obligados a caminar por los bordes de la calzada para no ser atropellados.
Vi también caminantes de aspecto atlético, que pensando alcanzar aquella cima tan deseada, utilizaban técnicas propias de escalada.
A medida que íbamos ascendiendo,
las dificultades poco a poco iban surgiendo;
el asfalto dejó paso a un camino más estrecho,
lleno de numerosas y pequeñas piedras que nos obligaban a hacer un mayor esfuerzo.
En las laderas del camino, a su derecha y a su izquierda
muchas personas permanecían sentadas,
con los pies descalzos y con sus plantas llagadas.
Otros comentaban entre sí muy satisfechos y orgullosos,
por haber sido capaces de llegar hasta allí y por cierto, eran ya muy pocos.
Un gran panorama podía divisar,
el valle conteniendo a toda la humanidad.
Mi actitud era diferente, no quería mirar atrás para ver el camino recorrido,
miedo tenía que si así lo hacía,
entrara en mi corazón, el conformismo y la autosatisfacción,
peligrosos enemigos destructores de mi vocación.
En mi mente había solo un pensamiento,
alcanzar la cima de la montaña aunque fuera grande el esfuerzo,
y para ello poniendo todo mi empeño.