25 de septiembre de 2016
In memorian Ángeles Córdoba
Falta tu voz en la madrugada. Tu modo
de ordenar las palabras
para que vuelvan
hechos y cosas que fueron tuyos. Música
y luz faltan en la cocina. Se amustia la yerba,
el corazón del tabaco en el cenicero.
Falta tu rabia contra el egoísmo, la doble moral,
el dolor, la mueca, los funcionarios, la política;
falta contra todo lo que parece haberse puesto
para que la vida sea penumbra o piedra.
Otros hablan, dicen tu nombre, y con ellos
te veo componer magros pupitres, caminar
por donde los árboles dejan las raíces al aire,
porque no les bastan la tierra y la lluvia;
te veo hablar con la gente, mostrar
con términos sencillos –si es que existen–
para qué Dios o los libros.
Eres un fantasma de palabras,
aunque
estuvimos juntos, risa y humo, en el lado
más tangible de la vida. Tantas veces nos vimos
y siempre nos parecieron pocas. Hace tiempo
presentiste, sentenciosa, que esas ocasiones
no volverían. Lo decías en una carta que leí
sobre nubes que, por informes y revueltas,
parecían poemas por nacer. Y la última vez,
ya con esa molestia gris en el costado,
cantaste, despacito, para nosotros:
Sentados al cordón de
la vereda,
bajo la sombra de
algún árbol bonachón,
vimos pasar coquetos
carnavales…
Fue la última tarde. Tu ausencia llegó desprolija,
con prisas y en hora intempestiva. Fue ocupando
la aséptica frescura del sanatorio, el calor de la siesta,
tu aula, los rezos, el ritmo de las canciones,
la entera y aletargada noche.
Y aunque se extienda y se haga más amplia,
como la boca de un río que da al mar, no quiero llorarte.
Por eso avanzan, trémulas y desamparadas, estas líneas.
Por eso avanzan, luz de tu bohemia,
buscando otra imposible madrugada.