Poemario incendiado (2)

Publicado el 17 agosto 2015 por José Ángel Ordiz @jaordiz

Concluida la lectura de los poemas que me había regalado el mendigo, fui en busca del indigente generoso dos días después. Aquel hombre de edad imprecisa, de barbas cenicientas, pelón, mellado, flaco, había aceptado mi limosna inicial, no el billete posterior con que intenté pagarle el libro. Antes de entregármelo, me había preguntado: "¿Sabe leer?". Habíamos sonreído los dos. Me acercaba a la plaza convencido de que el probable cincuentón de ojos claros no era otro que Mateo García, el autor de los versos de Poemario incendiado. Allí estaba, en la misma esquina de la plaza donde yo le había dado calderilla sin saber que iba a recibir un tesoro por su parte. Saqué el libro del bolsillo de la chaqueta (aún lucía un sol poniente de enero, helaría por la noche), se lo mostré. "Es usted Mateo, ¿verdad?". Sonrió, negó con la cabeza. Mateo García, otro mendigo mucho más viejo que él, había desaparecido a finales de diciembre: una pareja de la policía local había expulsado de la plaza a los pordioseros (eso hacían cada cierto tiempo) y del anciano Mateo, hombre de muy pocas palabras, apenas un recién llegado al lugar aquel, nadie por allí había vuelto a saber nada. "Se iría por donde vino". "¿De dónde era?". "No lo sé. Me dio ese libro y yo se lo di a usted al acordarme de que lo tenía, no sé más". Ya me alejaba cuando el mendigo reclamó mi atención. "Se quemó las manos de joven". "¿Las manos?". "Las dos, le vi las marcas y le pregunté". "¿Por qué se quemó?". "Eso no me lo dijo".

Aquí va otro de los poemas sin título de Mateo García (esté donde esté, creo que lo mejor de él palpita en su Poemario incendiado):

Abandonémonos en nuestros abrazos. y en tu frente -ternura- depositarán mis palabras los besos necesarios para que en ti florezca sin temor la paz errante. Bebe despacio de mi copa repleta de horas, de este tiempo mío que tú inventaste en los relojes mortales. de los racimos que cuelgan del luminoso espacio -tu presencia ese sol repentino- y amémonos sin dar opción a lo finito: encanta con tu sonrisa mis ojos que algo los distrae de los tuyos y elige tú los caminos que nos llevan. Se acerca el mal, galopa el frío por las carnes de los que se quedan: te arroparé con mi ilusión de seda mientras nos alejamos de lo caduco y de las gentes que solo esperan. no quieras ver los cuerpos caídos,

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