Los poemas sin título de Mateo García aparecen en su Poemario incendiado completamente desordenados, en una página el amor o el desamor y en la siguiente unos pocos versos que más parecen filosofías morales de un hombre triste, desengañado, sin esperanzas (¿ya sería mendigo cuando le brotaron del alma esas reflexiones poéticas tan afiladas y definitivas como un bisturí?). Su entusiasmo, reconocible, evidente a veces, se torna de pronto en desconcertante escepticismo (" Caigo al alma oscuro "). Y esa dualidad, similar a la de luz, onda y corpúsculo el Mateo García que hasta mí llegó de un modo ciertamente novelesco (savia que en su día no supe aprovechar como nutriente de mis prosas, mucho más ciego que Rogelio, mucho menos avispado que el invidente que siempre me acompaña, todavía me duele el garrotazo que descargó en mi cabeza por decir su nombre a quienes tampoco yo veo), esa dualidad del poeta, escribía, es lo que más me atrae, aún hoy, de su libro.
No me detengo a escuchar los corazones que laten en las alcantarillas: nunca madura el limón de la vida. Desearía correr más deprisa para que no se me terminen antes de que te encuentre: en mi piel fueron escritas y me pregunto cuál es mi nombre, qué color mío llegaste a querer entonces. Hoy, bajo el peso de lo hecho no me reconozco ni te hallo, pero me persigo y te busco en los escombros de nuestro ayer no como se ama a los que no han de volver.