Poemas para una exposición
El círculo
(Hacia finales de 1300)
I
En el principio fue Giotto.
Así da inicio el Evangelio según Vasari,
que retrocede a través de los siglos y avanza hasta nosotros.
Común a todos los grandes, nos dice, el azar estaba de su parte:
si las cosas hubieran sido de otro modo
el gran maestro que sigue rompiendo las cabezas de los especialistas
no habría pasado de sonriente pastor o mercader;
sin embargo, las cosas fueron como debieron
y Cimabue —como un ángel— cruzó el momento precioso
en el que el muchacho dibujaba,
como quizás cada día en los instantes de ocio,
el ademán de alguna oveja en un trozo de madera.
Nada podemos saber acerca de aquella revelación
que al viejo maestro fue dada, y sin embargo podemos intuir
cómo ante sus ojos aquella pálida bestia parecía más viva
en los rudos trazos que el pastor había ensayado distraídamente
bajo el aire fresco de una tarde cualquiera; es posible
que más allá del gesto del animal,
retozando después de haber saciado su hambre
o apretando los músculos áureos para trepar alguna roca,
un árbol desatara su peso sobre la llanura
u ondulara abandonado al viento bajo un sol benévolo o rencoroso,
o quizás fue la mirada extrañamente humana de la bestia
posándose más allá de los imposibles ojos
que en ese instante la veían.
Lo demás estaba claro.
Por todos lados se extendió la buena nueva:
un pastor había podido regresar lo terrenal a lo divino,
sabía también dotar con cierta luz de misterio
los escenarios terrenales.
Y los ángeles habitaron de nuevo entre los hombres,
confundiéndose.
II
O tal vez fue la voluntad sencilla, imponiéndose,
negándose a recorrer el camino desgastado de la sangre,
el pulso común a todos los gigantes
manifestándose en este muchacho humilde
sin nada a favor, sin nada en contra.
Y es hermoso contemplar cómo la vida y los hombres
fueron cediendo al impulso alegre y descomunal
del que llega a cambiarlo todo como sin saberlo,
y nos hace mirar con nuevos ojos
las mismas cosas.
III
El milagro estaba hecho. Los ángulos dispusieron sus alas. Un gesto apenas, un ademán hermoso, un segundo quizá bastaron. Como Dios ante un mono, intentaste explicar con una sonrisa. Y como una roca posible cayendo en el agua imposible, la forma se ha duplicado en ecos exactos hasta nosotros. Continúa todavía desde los labios atónitos del emisario y el cero en su cabeza vacía: el Sol robó su efigie, lo siguieron la misma Tierra, las estrellas todas, despojándose melancólicamente de sus pétalos de espinas; las ruedas de nuestros carros aún la reproducen, nos obsesiona ese trazo milenario e inhumano al que todavía le atribuimos propiedades —tanto matemáticas como esotéricas— inexpugnables. Alcanzarlo implica la más alta genialidad humana y la más alta estupidez humana, el Dios futuro lo hemos de moldear a su imagen y semejanza: un vacío finito y perfecto capaz de contener nuestros vacíos ilimitados e imperfectos. Sabemos que llegará de nuevo la hora del comienzo, el regreso al punto de partida y el silencio, pero todo indica que nada nos importa: seguiremos felices o infelices, encerrados entre sus paredes transparentes, fascinados: viviendo ciega y deliciosamente hasta la muerte.
IV
Se dice que la risa, la sonrisa, estallaba siempre en el taller y que era inversamente proporcional a la gravedad de los santos en su trance sagrado; los muchachos —ángeles sucios de mortal carne— aprendían a cometer todos los pecados deliciosos que los lienzos condenaban. Él, condescendiente, los congregaba en torno suyo, ensayaba cada noche una última cena, partiendo el pan sin levadura, repartiendo el vino joven, calentando los cuerpos para el sueño. A veces, entrada la noche, solía caminar entre los suyos: recostados en el suelo, el torso y el alma desnudos, plenos y frugales, respirando el aliento dulce del vecino, palpando la carne deliberada, fugaz y satisfecha. Cuando alguno soñaba sin saberlo, Él grababa para siempre esa sonrisa, ese gesto indefinible y pleno en sí mismo, inmortal: inmoral: porque los gestos de los sueños no deben ser contemplados salvo por los amantes (pensaba, malicioso). Al día siguiente los santos sonreían de ese modo.
Gran desnudo en sillón rojo
(1929)
I
Una mujer es un sueño vacío que hay que colmar
y someter en la memoria
Una mujer es un trueno
que se resume en abismo
Una mujer es relámpago
estría de luz desnudo abismo
Una mujer
No lo sabrá nunca
Fuera de sí no existe
Nunca sueña más allá de su epidermis
II
Yo vivo
Soy el señor de mi blancura
Mortal Mi camino es el de los dioses
Claro es mi camino
Como el grito del sol en el mar
En mis ojos no hay nada
salvo ese deslumbramiento
Yo lo sigo
He hecho a un lado todo
La grandeza La miseria
Las mujeres
se aferran a mi costado
Aullando
En mis ojos no hay nada
Toda la luz cabe en ellos
III
Para pintar a una mujer es inminente saber
y que ella ignore
que es un animal peligroso
Jadea de hambre
y hombre
Sus pechos la delatan
Que uno esté ahí
frente a su sexo
que emana orina y miel
Es algo completamente azaroso
Pudo haber sido cualquiera
Por eso
es necesario entrar en ella
Llagar su piel
con diente y furia
Hacerle sentir a espuela y grito
que la muerte le respira en la nuca
De los cabellos
desde el fondo de su soledad infinita
jalarla hacia nosotros
Y tornarla dulce y eterna
en nuestras manos miserables
IV
Nunca te levantaste
Vistiéndote lentamente
No te despediste con un beso
Nunca me miraste de esa forma
Y nunca regresaste
al lecho de tu amante
y a tus cosas
No eres tú
Sino tu sombra
La que recorre esos caminos
Desde entonces
no has sido sino el fantasma de ti misma
Tú que eras agua y sueño
Siempre en fuga
Sigues aquí
Donde ahora te contemplo
Bajo el rayo de mis ojos
En el pulso de mi mano
Aquel día fue el verdadero día de tu muerte
Odalisca con pandereta
(1925)
I
Una mujer es un sueño que hay que contemplar
y sólo contenerlo en la memoria
Una mujer es el trueno
que sucede a la luz
Una mujer es luz
sueño del trueno
Una mujer
Deberías saberlo
Es siempre la memoria
de algo perdido e irrecuperable
II
Yo sueño
Para ver cierro los ojos
No creo en Dios
Con la luz
que despierta en su piel Esculpo gritos
El color se desgrana entre mis manos
La mujer es mi camino
Soy siervo de su luz Esa sangre
Con ella siembro flores
en el sendero del infierno
Y avanzo
siempre hacia lo desconocido
Nunca estaré solo
III
Para pintar una mujer es necesario haberla soñado
Lentamente atraerla desde ese punto nublado
en la memoria
y esperar a que tome forma un día
incluso en un cuerpo conocido
Es posible
que hubiera estado siempre
junto a la mano y la mirada
Cuando esas dos sustancias
sueño y sangre
se toquen
Las cosas tomarán su lugar
ciegamente
Sólo entonces
Vestida con la luz
que nace desde el fondo
de nuestra mirada
Tomará posesión
de su reino perdido
IV
Sin tocarte
mi mano te recorre
por caminos que el tiempo no conoce
Más allá de tu silencio
de las palabras de tu piel
Cierro los ojos y miro las flores en tu pelo
Las flores invisibles de tu pelo
Y su perfume
que aún flota como un cuerpo en el agua
No mediaron más palabras entre nosotros que la luz desnuda
No era necesario el grito de la tarde que ardía como un sueño
Podría decirse que nunca estuviste aquí
que te he soñado
Pero aún recuerdo el agua de tus pechos en mi espalda
La risa de tus cabellos negros
y tus ojos
Quizás yo no existiría
si no me hubieras tocado ese día perdido
Esa noche cualquiera
en que robamos las alas de dos ángeles
para regresar y ser mortales
en el mundo
Sobre el autor
Óscar Paúl Castro. Culiacán, México, 1979. Poeta y traductor. Es coautor de los libros de poesía Los límites acordados (2000), 1979 Antología poética (2005), La luz que va dando nombre (2007), La permanencia del relámpago (2008). Ha publicado crónica y teatro. Mantiene la columna Traditore en la revista ReFundación, y el blog tradiuttore.wordpress.com.
*Estos poemas pertenecen al libro Puzzle (Colección Punto Luminoso, editorial Andraval, 2013).