Revista Talentos
Politica y Sectarismo.
Publicado el 11 septiembre 2019 por JorgappUn alivio en verdad provisional, para mi estado, lo encontré en la trágica historia de la camarada Pitovskaya, a principios del otoña de 1935. La Pitovskaya, que trabajaba en la Sección de escuelas del Comité Regional, era una de las personas que habían llevado consigo hasta los años treinta todas las maneras y costumbres del periodo de la guerra civil, del cual Pliniakdecía: “ Los bolcheviques, chaquetas de cuero, actitud enérgica”.No recuerdo su nombre. Pero nadie la llamaba nunca por el nombre. ¡La Pitovskaya! Se le podía confiar un montón de trabajo del partido, suficiente para cuatro personas. Se le podía pedir dinero prestado y no devolvérselo. Incluso se le podía tomar un poco el pelo. No se ofendía nunca con un camarada del partido. Era una persona que consideraba realmente el partido como una gran familia. Llena por naturaleza, de abnegación, oprimía su escrupulosa conciencia con un constante sentimiento de culpa hacia el partido. Culpa por el hecho de que Donzov, su marido, había votado en 1927, por la oposición. La Pitovskayaamaba tiernamente a su marido, pero condenaba con severidad su pasado. Con palabras elementales, trataba incluso de explicara su hijo de cinco años la grave culpa que había cometido su padre con respecto al partido.Exigía del marido que se “templaseen la fragua proletaria”,de hecho no le permitía vivir en una gran ciudad como Kazan y lo obligaba a trabajar en calidad de operario en el taller de reparaciones navales de Zelenodolsk.Hacia finales del verano de 1935 empezaron a detener a todos aquellos que en el pasado habían apoyado a la oposición. Entonces nadie imaginaba que clase de actos iban ejecutándosesegún un plan bien determinado, sin tener para nada en consideraciónlo que en realidad hubieran hecho los individuos pertenecientes a la categoría destinada a ser quitada de en medio. Y quien menos podía imaginárselo era la Pitovskaya.Cuando en plena noche, los del Comisariado del Pueblo para asuntos internos vinieron a llevarse a Donzov, que había ido de Zelenodolsk a Kazán para pasar el domingo aquí, la Pitovskaya fue protagonista de una escena de tragedia antigua. Su corazón, naturalmente, se desgarro de dolor por la suerte de su amado marido, padre de su hijo. Pero domino este dolo y exclamo patéticamente:- ¡Conque me engañaba!... ¡Se había puesto contra el partido!Sonriendo vagamente uno de los esbirros barboto:-Dale su ropaSe negó a hacerlo para un “enemigo del pueblo”. Cuando Donzov, para despedirse, se acercó a la camita de su dormido, ella se plantó ante el lecho:-¡Mi hijo no tiene padre!Luego estrecho las manos de los hombres y les juros que su hijo seria educado en el espíritu de fidelidad al partido.Todo eso me lo conto ella misma. Hay que excluir por completo hasta el más pequeño elemento de cálculo e hipocresía en el comportamiento de la Pitovskaya. Por absurdos que parezcan, todos sus actos estaban dictados por el impulso sincero de un alma ingenua, rígidamente entregada a los ideales de su combativa juventud. La idea de la posibilidad de una degeneración, de la existencia de bellacos sedientos de poder, la idea de la perfidia, no podía hallar lugar en su corazón, puro y sin sospecha.Al día siguiente de la detención de Donzov, la Pitovskaya fue suspendida de su empleo en el Comité Regional. No tenía oficia; por lo demás, aunque lo hubiese tenido, difícilmente habría podido hallar una ocupación, porque en su cartilla persona habían escrito la formula “despedida pro relación con un enemigo del partido”. Por el mismo motivo no tardó en ser expulsada del partido. Le di mi abrigo y el dinero del billete para Moscú, adonde se dirigió para obtener la readmisión en el partido. Pero no lo consiguió.De vuelta en Kazán, trabajo una breve temporada como operaria en la fábrica de máquinas de escribir, pero se hirió en la mano derecha.Llego a no tener nada que comer. Echaron a su hijo del jardín de infancia. La gente poco a poco le retiro el saludo. Cuando venía a vernos la reconocíamospor la discreta y vacilante llamada del timbre.La tranquilizábamos le dábamos de comer. Luego mi marido me hizo notar que yo también era una sospechosa y que “mis relaciones con la Pitovskaya”, influirían en la buena marcha de mis asuntos. Me atormentaba el deseo instintivo de ayudar a una buena camarada, una comunista fiel, chocaba con el abyecto temor de que Beilin y Maljuta tuvieran conocimiento de las visitas cotidianas de la Pitovskaya. Me harían pedazos pensé.Pero la Pitovskaya dejo de venir a vernos. Paso un día y otro y otro más. Al cuarto día supimos que después de haber enviado una carta a Stalin, llena de expresiones de amor y fidelidad, había bebido un vaso de ácido ascético. En una nota escrita antes de morir no culpaba a nadie, lo consideraba todo un malentendido y suplicaba que la tuviesen por una comunista.Siguieron el féretro su hijo de cinco años, la mujer de la limpieza del Comité Regional, a quien la difunta había prestado dinero muchas veces y dos o tres ex camaradas temerarios.Cuando vi su mísero túmulo sin una cruz, ni una estrella, me dije: “No yo no hare eso; lucharepara conservar mi vida; que me maten, si pueden pero sin mi ayuda”.En otoño Beilin y Maljuta tomaron una decisión: una severa admonición con advertencia por actitud conciliador a hacia elementos hostiles, y se me prohibía, además continuar con mi actividad docente.Del libro de Eugenia Ginzburg “El vértigo”.http://http://elpinguinorecepcionista.blogspot/feeds/posts/full