Revista Literatura

Pólvora

Publicado el 08 abril 2016 por José Ángel Ordiz @jaordiz

Como tengo que caminar muy pendiente del suelo que piso (más me vale, tan resbaladizas algunas baldosas, otras desajustadas), no me fijé en el hombre alto, flaco, moreno, ni en la bellísima mujer rubia (esto sí que no es habitual en mí por muy peligrosas que sean algunas aceras), casi tan alta como él, que lo acompañaba. Me detuve, qué remedio, cuando unos zapatos quietos interrumpieron mi lenta y torpe marcha. Alcé la vista, vi una sonrisa, dos. También yo sonreí, qué menos. Dejé paso. Pero la pareja no se movió de donde se había parado, como yo me paro a veces para ver monumentos femeninos.

-¿No me conoce, profesor?

No, no reconocí al hombre de corta barba negra que volvió a sonreír. Busqué pistas en ella, en la rubia de ojos claros y piel muy blanca, y nada, peor todavía.

-Soy Pedro.

¿Pedro? Qué Pedro. El ¡Pedro! de la Penélope Cruz no era, eso fijo, ya le hubiera gustado a Almodóvar ser un Pedro así, tan bien plantado.

-Pedro el de la pólvora, profe, ¿se acuerda?

Caí.

-¡Pedro Cortina Pascual!

-Se acuerda...

-Como para no acordarme... Qué es de tu vida, hombre.

-Ya ve. De vacaciones en Oviedo.

Miré al callado y sonriente monumento femenino.

-No, a ella no la conoce. Es alemana.

-¿Alemana?

-Ahora también soy yo medio alemán, profesor.

Mi antiguo alumno vive en Leverkusen y trabaja en la Bayer. Forma parte del amplio equipo internacional que se ocupa de la ingeniería genética de alimentos (¡toma ya, a ver si acabáis con el hambre en los países pobres, majos, que ya es hora, que mis niños siguen muriendo por desnutrición y el futuro, de existir, será de los niños supervivientes!). Él, Pedro Cortina, como yo, estudió en la Facultad de Ciencias Químicas de Oviedo y, como yo, se especializó en Química Orgánica (el exigente pero afable José Barluenga al frente del Departamento en mis tiempos universitarios y aún en los suyos, en los de Pedro).

"Si continúas por este camino...".

"Es verdad. Gracias, Irina".

"¡Soy Blanca, joder!".

"Ah, sí, perdona".

"A la pólvora, tú a la pólvora".

"Allá voy como un tiro, sí".

PÓLVORA

En el viejo instituto de enseñanza media (actual instituto de educación secundaria, ¡a ver si nos aclaramos de una vez, ya está bien de leyes y nuevas leyes educativas condenadas al fracaso por no llegar a consensos permanentes los derechistas con los izquierdistas, qué vergüenza!, no se culpe a los educandos de estar a la cola de Europa en cuanto a resultados académicos se refiere), no era buen estudiante Pedro Cortina Pascual. Sin ser conflictivo, poco tenía de disciplinado. Se me ocurrió un día (así era yo) proponer una actividad extraescolar en principio descabellada. La titulé Prácticas de laboratorio (¡toma ya!). Igual picaba alguien, cosas más raras se habían visto. Debía ser aprobada la iniciativa por el director del instituto ( no problem, aún hoy es uno de mis mejores amigos) y por el jefe de estudios ( no problem, era yo). Picaron catorce jóvenes nada menos, Pedro Cortina entre ellos y ellas.

Qué hace éste aquí, entre lumbreras del calibre sobresaliente, ¿viene a volarme por los aires el laboratorio, a arruinar mi brillante carrera como profesor?

Qué sorpresa enseguida, cuando Pedro Cortina, el primero en llegar, a las cuatro y media de la tarde, y el último en marcharse, sobre las seis y media o las siete y media de la misma tarde de los miércoles, empezó a preguntarme lo que nunca me preguntaba en clase o, por ejemplo, ¿Qué aparato es este, profe? (Un medidor antiguo, ya no sirve, ¿Lo tiramos?, No, no, déjalo ahí, que no es mío y, además, no estorba)

Con pastillas de jabón, que ellos y ellas habían fabricado, y otros productos made in nosotros, como perfumes o figuras de vidrio (un curso escolar da para mucho si se sabe aprovechar el tiempo), iban para casa, más contentos que unas castañuelas alegres, los catorce del Pirado (así me llamaban a mí en el instituto, el Pirado, también Robocop, pero esa es otra historia).

Oye, profe, Dime, Pedro, ¿Es difícil preparar pólvora?, Qué va, nitrato de potasio, azufre y carbón, mezclados en unas determinadas proporciones, y ya está, pólvora negra lista, ¿La preparamos entre todos?

Piqué.

Por los aires voló la puerta del gimnasio de las chicas unos veinte días después.

Confesó Pedro ante mí.

No había nadie, profe, y la puerta ya no valía nada, una patadita y se la cargaba cualquiera. Fue un experimento, quería saber... , Dónde conseguiste el nitrato y lo demás, En la tienda de jardinería que hay en la calle Brasil, Ya, Y ahora estudio mucho, no soy el de antes, quiero ser químico, ¿Has visto la luz?, Qué luz, Nada, cosas mías, a ver cómo salimos de esta, jodido lo tenemos, chaval, Lo siento, profe, de verdad, no volverá a suceder. (De qué me suena a mí esto último, lo que Pedro Cortina me prometió y cumplió, alguien lo prometió también no hace mucho)

Confesamos los dos ante el Consejo Escolar.

La presencia del alumno en la sala de reuniones ya no era procedente ("Para casa directo y pon cara de bueno los próximos días", le recordé en voz baja mientras le abría la puerta, "Vale, profe", cerré la puerta), la mía sí.

¿Expulsar a Pedro Cortina Pascual precisamente cuando había visto la luz? Ni hablar. La culpa era mía, por algo me llamaban el Pirado. Y la puerta del gimnasio de las chicas amenazaba ruina desde el curso anterior, tal vez Pedro Cortina había evitado una auténtica desgracia (cómo me inflamé, qué actuación, los apodos no suelen ganarse así como así).

En esas estábamos, pronto volvería a reunirse el Consejo para tomar una decisión, cuando varios alumnos de uno de los grupos de letras descalabraron a un compañero de clase y lo nuestro, lo de Pedro y mío, quedó archivado de repente, muy serio el nuevo daño, ni comparación tenía con el asunto de la pólvora y la puerta.

"Aquello sí que era la guerra, jefe".

"Qué va, ciego, qué va, para guerras las de ahora, lo que me cuentan que sucede ahora en los centros educativos, mayormente públicos".

"Qué pasó ese día con el barbas y con la alemana".

"Mira el contador de palabras, más de mil, nadie leerá esto, ni mi cuarto secretario siquiera, el estudiante Teo, del que poco sabemos porque calla mucho. Pero bueno, qué más da que alguien lo lea o no, aquí lo dejo todo y ya está".

"Ahí, ahí, jefe, así me gusta".

"¿Por dónde iba, Blanca?".

"¡Soy Irina, joder!".

"Ah, sí, perdona".

"Venga, remata de una vez, ya está contado lo principal".

"Como yo no sabía si iba o venía, ni me importaba, entré con Pedro y la alemana del Ja y del Nein en una cafetería y allí me habló él de la ingeniería genética de alimentos. Poco, casi nada, entendí, pero disimulé muy bien".

Ya estará Pedro trabajando, investigando de nuevo, en la Bayer. Mis niños tienen hambre, Pedro, a ver si descubrís pronto, cuanto antes, una luz de esperanza, a ver si lográis esa explosión de alimentos infantiles de la que me hablaste, eso sí lo entendí.

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