Revista Fotografía

Pontevedra 501, 5 de noviembre de 2014

Publicado el 08 septiembre 2015 por Roberto Dominguez @robertodom1974
"A veces uno pugna por ser quien no es. Cuando yo actuaba en la vida con cierta trascendencia, pretendiendo dar valor a los detalles o divagando sobre el paso del tiempo y sus temblores, no estaba siendo natural. En realidad me provocan indiferencia las fotos, se me formatea continuamente el correo y el móvil perdiendo recuerdos que pienso valiosísimos y después, tras el duelo, veo que vivo tranquilamente sin ellos; abandono los pisos con una pena enorme tratando de llevarme con ellos los años pasados, lloro con frecuencia las primeras semanas y al final acabo por no recordar ni en qué calle vivía. No guardo mi trabajo en ninguna parte. No hay copias de artículos ni carpetas con recortes de prensa en los que salgo. Creo que hice seis fotos en mi vida (las seis a las cinco de la mañana a gente que no conozco). Cuando nació mi hijo pensé que algo cambiaría pero ya no recuerdo ni siquiera cuándo le salió el primer diente (sí su primera sonrisa: esa sonrisa suya mientras dormía me acompaña siempre y se vendrá conmigo mientras viva). Me pertenecen dos fotos, una junto al ordenador de casa, que es mi chica y mi niño, y otra en el trabajo, mi abuelo Manuel Jabois I (siempre quise poner un palito romano al apellido, como si fuésemos navieros griegos), porque por él escribo. 

Quiero decir que las cosas se hacen y se deshacen, y uno siempre piensa que va a pasar algo y al final nunca pasa nada. Dijo Rocangliolo una vez: “Me he mudado muchas veces y en cada una de ellas he regalado mis libros. Siempre he creído que mi vida debería pesar menos de 32 kilos, que es el equipaje que me traje del Perú a España. Todo lo demás es innecesario y te mantiene atado al pasado”. No hay ninguna lección más grande de la vida que la que dan los aeropuertos. Allí todo el mundo llora. Unos porque se están despidiendo y otros porque se están reencontrando. Hace dos semanas, tirado en el suelo de Barajas, descubrí algo espantoso: no podía distinguir entre quienes lloraban de alegría y quienes lloraban de pena."Manuel Jabois - Pontevedra 501
© R.Domínguez - Pontevedra 501


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