Instal·lació reutilitzable de Miquel Garau
A Joana la bollería industrial que más le gusta son los donettes. No acostumbra a comer muchos porque engordaría demasiado y dejaría de parecer una niña para convertirse en una obesa. Pero hoy hace un extra y pide unos al azafato de vuelo. Son redonditos, suavitos y tienen cráteres de harina y agua rellena de chocolate azucarado. Se los mete en la boca, juega con su lengua y el ajugero, deja de pensar. Tampoco puede seguir leyendo el libro que tiene entre las manos. Para leer necesita pensar. En el aire van a precio de oro estos círculos vacíos: 2,50€ por 4 ejemplares.
Un fin de semana más embarcada en un avión sin que le guste demasiado viajar aunque su condición insular, la obligue a coger aviones constantemente. No tiene miedo al aparato, tampoco al piloto ni a los viajeros ni a un posible terrorista; no le asustan las alturas, simplemente le aburren los trayectos entre nubes de algodón y ruidos de motor. Odía tener que comprar el billete con antelación, planear el día de vuelo, hacer la maleta y olvidarse cosas importantes, mirar el reloj y llegar tarde, tener que coger un taxi por obligación pagar más de lo que gana un día laboral, sentirse obligada a hablar con el taxista que parece simpático y finalmente desvela su pasado: exmilitar en misiones de guerra en Kosovo, Afganistán, Irak,... "Fue en la armada donde me saque todos los carnets de conducir, incluso el de tanque", dice creyendo haber hecho un chiste. Llegar al aeropuerto y encontrarse colas en los pasillos para el embarque, colas en los controles, colas en los controladores, y no beber agua hasta después del escáner, y quitarse las botas porque pueden ser peligrosas, y desembolsar el ordenador para que se lea lo que lleva dentro: palabras y números sin sentido. Pasar y pitar, volver atrás, pasar y pitar, volver atrás de nuevo. Levantarse la camiseta y enseñar los pechos para no ser detenida por terrorista. Aguantar la pregunta de rigor con desgana: “¿lleva algo de metal?”
Desespera la espera. Aunque debería gustarle, odía la condición apatría de los aeropuertos. Ya se ha terminado los donettes por dejar de pensar. En las alturas siempre le entra sueño, el movimiento del avión es como el balancín donde la mecía la abuela que no recuerda. Coloca su cabeza hacia atrás y se duerme. Llega a Barcelona con la cabeza apoyada en el compañero de viaje. Un joven apuesto desconocido que le sonríe cuando se despierta. “Perdón, me he dormido”, dice con poca vergüenza. Y él contesta: “parecía cansada”. “Cansada de pensar” escribe y considera terminada la reflexión en tierra.
PD: Texto publicado a una semana vista del nuevo trayecto BCN-PMI