Llanto por todas las mujeres que sufren. Que están y no quieren estar. Que amamantan sus hijos y los perdonan por haber nacido, nada es de ellos. Por la música que hace el crepúsculo de sirenas en mitad de la noche y nos despiertan, y en el final de la calle y sus luciérnagas de colores hay otra que llora, que llora por lo mismo, por ella, por ellas. Las tinieblas arrojando mentiras a seguir despiertas. Mis lágrimas por las que perdieron a su hombres, y por los hombres que las perdieron. Es una batalla injusta. Mantenerse despierta para contemplar la realidad cruda de unos y de otras. Asomada en el campo del olvido de los desastres. Dinero o pobres. En el margen considerado de aguantar un poco más. Por ellas, por ellas que están y no quieren estar. Los vientres rajados en espasmos y el sumidero de su derrota en pérdidas. Las manos manchadas de sangre, de azufre, del olor viscoso que intemperie aborrece. Los frutos y las penas, la batalla de mi espalda rota y no volver a bailar nunca más. Por las que bailan y no quieren, o las que quieren y no pueden. Lloro porque todas somos iguales y a nadie le importa. Por ser un reclamo más de pastos idiotas y llanuras secas, de piernas deformes y reflejos que mienten a la cara. Descontentas y envidiosas. Lloro por ellas. Por no ser como ellas y por seguir siendo mía. Por ser mía. Y de él. Y de las verdades escondidas en palabras que descansan al borde de la cama, las que no se dicen. Poder arreglar cada rota. Cada palabra descosida de un vasto oleaje y la ventana. Tirarme al agua del mar y no respirar, o chillar e insultar. Por cada gramo de vivencia. Por cada peso y sobrepeso y exceso que se inventan para vernos menos de lo que somos. Y somos nosotras. Las culpables, las maltrechas, de cada día a día descansando en la memoria de las que viven o las que mueren. O las que ya no son nada, como yo. Ya no soy nada y espero. Encontrar la mirada perdida de sacarme a flote y abrirme los pulmones, aspirar el mundo que me rodea y sentirme viva. Sin miedo a sentirme viva. Sin miedo a sentirme viva. A repetir los mismos errores sin reproche. A ser madres o hijas, o amigas que se ayudan en la deriva. Flotar y volver. Ahogar el único espacio visible de la miseria. En un par de ojos hinchados y con ojeras. Grises. Pesadas. Olvidadas. Lloro por las olvidadas y detesto ser recordada. Ni en el pensamiento de ellos, ni en la plegaria de ellas. Yo soy. Empeñando mi suerte al atajo de arriba del cielo y las nubes. De sentirme viva. Tropezar y caer. Flotar y volver.