Revista Literatura

Por favor, un poco de luz

Publicado el 06 noviembre 2010 por Lorena

   Me iluminé y escribí otro cuento para ustedes. No se pueden quejar (bueno, en realidad pueden hacer lo que quieran, ¿no?), estoy cumpliendo todas las semanas aunque la corrección de mi segunda novela no me deja mucho tiempo libre. ¡Además también me gusta dedicarle horas y horas a la lectura!
   ¿Y si dejo de domir? No, no, no, eso también me gusta, je.

Por favor, un poco de luzPor favor, un poco de luz
   La luz del despertador estaba encendida. Marina miraba el titilar de los puntitos, contando los segundos. La mano ya comenzaba a cansársele, pero no quería soltar ese botón que mantenía la única iluminación en la habitación.
   Creyó que fijando su atención en algo monótono lograría distraerse; no fue así. Por el rabillo del ojo notaba movimiento a su espalda, aunque no escuchara nada. No quería darse vuelta para confirmarlo, ¿y si había algo? ¿Qué haría si encontraba algo allí cuando se diera vuelta?
   «No hay nada», se dijo e inició la cuenta otra vez.
   Le pareció escuchar un ruidito y su mano flaqueó, la lucecita casi se apagó. Apretó los labios para contener su corazón y presionó con fuerza el botón. ¿Le parecía a ella o la luz era cada vez más tenue?
   «No, no, lo estoy imaginando, como todo lo demás.»
   Comenzó a contar de nuevo, y antes de que llegara a la mitad, allí estaba de vuelta la sombra revoloteando en la cornisa de sus ojos. Por un breve instante estuvo segura de que si se daba vuelta en ese momento… pero mantuvo fija la vista en aquellos números que eran su única compañía.

   Eran ya las tres de la madrugada, y se había acostado a las diez, ¿cuánto tiempo más duraría esa tortura? Los párpados se le cayeron un segundo y el reloj aprovechó para escapársele de las manos. El golpe contra el piso la despabiló. La oscuridad la había envuelto, sus ojos eran inútiles en ella, ¡tan inútiles!
   Se tapó con la colcha hasta la cabeza, el corazón galopando por su cuerpo. Sabía que había algo extraño dando vueltas por su habitación, alrededor de la cama y en cualquier momento caería sobre ella. No se animaba a buscar el reloj con la mano, ¿y si en vez del reloj encontraba aquella cosa? Se encogió debajo de las sábanas. Contó para sí y llegó a cien, a doscientos, a mil… ¿Cuánto más? ¿Cuánto más debía aguantar?
   Sentía todo el cuerpo agarrotado y el corazón no cedía, no cedía. Los sonidos se multiplicaban a su alrededor y comenzó a preguntarse qué tan rápido podría saltar de la cama y salir corriendo.
   Ya estaba a punto, cuando una inesperada claridad atravesó la colcha. La alegría la invadió. Asomó la cabeza, aún con un poquito de miedo y vio a su velador, compañero de tantas noches, prendido. Suspiró y se sentó en la cama; miró a su alrededor, no había nadie más allí. Sonrió tranquila y echó una ojeada cariñosa al velador.
   Se acomodó sin molestarse en buscar el despertador, en realidad no debía usarlo a la mañana siguiente y podría dormir todo lo necesario para recuperar el sueño perdido.
   «Por suerte», se dijo. «¿Por qué tendrá que cortarse de la luz justo cuando me acuesto?»


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