Si las urbes tuvieran voz, a la vez que nombre, estoy seguro de que Sigüenza no estaría conforme con la afirmación ahora dicha. Cierto es que hoy en día todo el mundo comparte carnicería, pescadería o ambulatorio médico, que los Arce no maravillan al Mundo con sus sepulturas y que, sobre todo, los Mendoza no gobiernan el lugar a su antojo. En las iglesias se puede uno ausentar los domingos, y los tañidos de la Catedral, en la mayoría de las ocasiones, parecen tener más de pitido de bus turístico, que de llamada a una oración a la que, cada día, menos gente acude.
El bienestar social jamás estuvo ligado a la relevancia patria. España en un país que ha alcanzado las mayores cuotas gracias a la existencia de grandes nobles concentradores del poder (sean los de Alba, o los de Medinaceli). Ahora, Amancios y Botines parecen cogerles el testigo, pero la población, pese a todo, vive mucho mejor que en los tiempos de Cervantes o Murillo. España da la sensación de que es un país predestinado para la catástrofe, que su potencial, en buena parte fundado en el ladrillo, amenaza con conducirle al Hades de los entes históricos.
Caminar por Sigüenza, pese a lo hermoso que sigue siendo como experiencia, cada vez me recuerda más a un viaje imaginario. Recuerden, a través de la lectura, cuáles debieron ser las sensaciones que experimentaron aquellos que recorrieron Numancia en tiempos romanos, o alto-medievales, cuáles debieron ser las pulsaciones de aquellos beduinos árabes que corretearon por las pretéritamente esplendorosas vías de Antioquía, a mí me pasa algo “parecido” al andar por Segontia.
La Catedral, las diferentes iglesias, el propio palacio episcopal, o la antigua universidad, tan cierto toque barroco a una situación, por días, más ominosa. ¿Estamos transitando por un ejemplo de esqueleto? ¿Qué diferencia a Sigüenza de Trujillo, Plasencia, Solsona o las propias Toledo o Tarragona? Cada día menos, hasta que el día del “olvido” nos lleve a la “nada”. Es difícil defender que los mejores años de España han llegado, cuando existen mil y un testimonios de una situación precaria, no sólo en el campo, ¿acaso no han visto barrios “desiertos”, donde sólo hay grúas y edificios en venta? ¿no abundan éstos en Zaragoza, Madrid o Barcelona?
El encanto de Sigüenza sigue residiendo en sus incentivos para la reflexión. Las esencias fantasmagóricas de sus monumentales paredes me llenan de motivos por los que decir que “algo está cambiando”. ¿Nos llevará el destino a un puerto glorioso? ¿Dejaremos mi generación de ser la primera, en siglos, que vivió peor que la de sus padres? Quizá sea tiempo de oración en la Catedral, o cuanto menos, de reflexionar recorriendo las seguntinas calles.
Hermoso cuadro de Xisco Fuentes: http://xiscofuentes.com/siguenza/183.jpg Artículo publicado en "El Afilador": http://elafilador.net/2010/03/las_calles_siguenza