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Por qué Beethoven no se comió la tortilla de patata

Publicado el 02 mayo 2009 por Adanero
Hay que tener narices para ponerme a mí tortilla de patata con cebolla. ¡Y además recién hecha!
Si hay algo que no soporto es precisamente eso. Dirán ustedes que soy muy raro. Y lo mismo tienen razón. Pero es algo superior a mis fuerzas. No soy capaz ni de meterme un pequeño trozo en la boca. Es algo que me ocurre desde pequeñito y a lo que no le encuentro una explicación lógica. Por supuesto toda la familia conoce esta pequeña manía mía. Es como las fechas de los cumpleaños, nunca se olvidan. Pero por lo visto a mi cuñada sí. Y una de dos, o se hace muy bien la tonta o se hace muy bien la tonta.
Para quien no lo sepa (creo que todos los miles de lectores con los que cuenta esta bitácora) tengo desde hace quince días una cuñada ocupa en casa que se está encargando de hacerme la vida mucho más fácil. Cuando no está, bien sûre.
Háganse una idea de cómo es. Siguiendo la línea repostero-bolleril de la familia, les diré que es un piperropil. A los no iniciados en el gratificante mundo de la cocina de postres, les diré que los piperropiles son un dulce típico navarro, que aunque de apariencia ligera y delicada, pueden llegar a ser indigestos y difíciles de asimilar cuando la cantidad es excesiva. Exactamente como mi cuñada. Lo de navarro, por supuesto.
Pues bien, a lo que estábamos.
Volvía este humilde cruasán del trabajo, tras una fatigosa y dura jornada, con la cabeza puesta en el reposo doméstico y en una buena cena que le hiciera olvidar los sinsabores del día. Buena cena pero ligera, eso sí. Por eso de conciliar luego el sueño.
Les decía que regresaba del trabajo con buen ánimo. Por qué Beethoven no se comió la tortilla de patataEn la radio sonaba la Séptima de Beethoven por gentileza de Radio Clásica. Una retransmisión en directo desde el Berwaldhallen de Estocolmo con la Sinfónica de la Radio Sueca que realmente estaba sonando bien. O por lo menos a mí me lo parecía. Seguramente la perspectiva de descanso y velada apacible me haya hecho escuchar con buenos oídos al sordo genial de mano de los escandinavos. Un primer tempo poco sostenuto-vivace de esos que a uno le levantan el ánimo y que harían que en ese momento fuese capaz de cualquier tipo de osadía sin que se le meneara lo más mínimo un pelo del tupé. A continuación el segundo movimiento. Un allegretto que ha venido a serenarme un poco y a colocarme en mi sitio.
En éstas estaba (colocándome en mi sitio con el allegretto), cuando he llegado a casa.
-Buenas noches.
-Hola cuñadoooo...
[Las frases en color marrón corresponden al piperropil. Conviene leerlas alargando hasta la extenuación la última vocal de cada frase y con un tono ciertamente almibarado]
-Hola.
-Hay tortilla de patata para cenaaaaaaar.
-¿Con cebolla?
-Síiiiiiiiii...
Justo la palabra que no esperaba oír. En esos precisos instantes comenzó el tercer movimiento. Un presto que cada vez que lo escucho no es que me entren ganas de invadir Polonia (más que nada por la lejanía), pero hace que me altere e inmediatamente busque le téléphone del Regimiento de Dragones de Courtebonne por si fuera necesario.
Ludwig van Beethoven - Sinfonía nº 7 en La mayor, Op. 92. Presto
Wiener Philharmoniker, Carlos Kleiber
© Deutsche Grammophon 1976
Momentos de tensión.
-Pero si esta muy buenaaaaaa...
-Ya. Pero no me gusta. Soy incapaz de comerla.
-Es que la he hecho yoooooo...
-Razón de más.
Invadir Polonia, no. Pero me he quedado con las ganas de hacerlo con Navarra. Aunque he recapacitado y he recordado que la última vez que un "navarro" tuvo algo con Francia fue en los turbulentos tiempos de Enrique IV. Resucitar la Massacre de la Saint-Barthélemy no me venía bien para una noche de lunes.
-Pues no hay otra cosa. Tu decideeeeeees.
-¿Tortilla de patata con cebolla o nada?
-Esoooooo...
La decisión ha sido fácil y rápida. ¡Nada!
En este punto la tensión ha subido hasta cotas insospechadas. Poco ha faltado para que el piperropil acabase en el bote de las tristes y simples galletas María.
Afortunadamente termina el tercer movimiento y da paso al cuarto. El allegro con brio tiene en mí el mismo efecto que el segundo tempo. Colocarme en mi sitio. Cualquier atisbo de invasión ha pasado a segundo plano y la música se ha convertido en la protagonista. Las galletas María se han librado de tener una huésped incómoda, la tortilla de patata con cebolla se ha quedado donde estaba y yo me he cenado lo mío. Nada.
Mi salud me lo agradecerá.
Ludwig van Beethoven - Sinfonía nº 7 en La mayor, Op. 92: Allegro con brio
Wiener Philharmoniker, Carlos Kleiber

© Deutsche Grammophon 1976
Para evitar suspicacias entre los lectores, decirles que el personaje de la foto con cara entre amargura y cabreo, no es mi cuñada. Es Beethoven.

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