Revista Diario

Por un puñado de dólares

Publicado el 14 octubre 2011 por Lamalavida
Por un puñado de dólaresPara demostrar científicamente, y sin ningún género de dudas, que el dichoso divorcio es río revuelto para ganancia de ex cónyuges carroñeros, ya sean femeninos o masculinos, que tanto da, y que las motivaciones económicas _vulgarmente conocidas como trincar la pasta_ son el quid de todo el asunto separacional, destaco un hecho paradójico de mi historia personal, la curiosa circunstancia de que si antes de firmar el acuerdo de separación no me fue permitido ver a mis hijos en tres meses, en los tres años siguientes a mi separación legal _yo aún pillé ese tiempo en que la ley te obligaba a un tiempo de reflexión por si decidías dar marcha atrás y renunciar al golpe de gracia del divorcio, una forma cualquiera de liar las cosas y cobrarte dos veces por la misma cosa_, los vi, a Dios gracias, hasta en la sopa.
Lo mío debe ser un caso digno de estudio, porque tanto marear la perdiz con negarme la custodia compartida para, al final, acabar ellos conviviendo conmigo en un minúsculo apartamento que conseguí alquilar a un precio que no nos matase de hambre más de la mitad de los días de muchas semanas, los fines de semana todos y todos puentes y fiestas de guardar. ¿Alguien lo entiende?... Primero, estaba yo loco y perturbado total y suponía un peligro mortal para ellos, según sesuda tesis defendida por la abogada de la otra parte para negarme el verlos, ni siquiera delante de testigos y la guardia civil apuntándome directamente a la cabeza. Después, una vez que, tras desistir de sacarme la pasta que no tenía y firmar por aburrimiento la separación, me convertí en padre y muy señor mío, de guardia permanente, de absoluto fiar, sí señor.
Eso sí, por mucho que yo tuviese que alquilar un garito con una habitación de más para ellos, como si viviesen a tiempo completo conmigo, y de verme en la tesitura y necesidad de subarrendar mi propia habitación y dormir en el sofá para sobrevivir ellos, yo y un perro que, como éramos pocos, nos parió la abuela de la necesidad, no hubo Cristo que a mí me librase de pagar la pensión de marras, la misma que, en boca ajena, es definida como "la pensión de mierda que pagas a tus hijos" (al leer esto último enfatícese todo lo posible la palabra "mierda").
Una pensión "de mierda" que, por esto o por vaya usted a saber por qué, por ser a fin de cuentas un incapaz y un cenizo laboral, a mí me ha costado un riñón y parte de otro, la vida misma pagar, pese a lo cual nunca ha dejado de pagarse. La misma pensión de mierda que, cuando me hice cargo de mis hijos más días y momentos que nadie, a mí nadie me pagó. La misma pensión "de mierda" que, al filo de los tres años de gracia y felicidad señalados, cuando me quedé con mis hijos unos meses _valiente imbécil_ para que su progenitora se los llevase a tomar por culo de mí mismo, supuestamente para darles un futuro mejor que yo, a mí nadie me pagó, más que, a lo sumo y a regañadientes, una parte de esa misma llamada "pensión de mierda", es decir, una "mierdecilla" de minipensión.
La misma "pensión de mierda", y con esto concluyo, que, a pesar de no ser, ni de coña, acorde con mis circunstancias personales y económicas (si la revisase un juez indocumentado, que no supiese sumar y restar, se vería en la necesidad, por simple sentido común, de recortarla hasta la ridiculez), de tarde en tarde se me sigue pasando por las narices, la misma con la que se me hacen trajes periódicos, la misma que me convierte en una "mierda de padre", en el peor ex que San Divorcio parió.
La misma, al fin, que, maldita sea mi estampa, me cuesta esta mierda de vida de divorciado cada mes. Por un puto puñado de dólares, mecagüentó.

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