Magazine

Por una lengua ni sexista ni controlada por la rae

Publicado el 20 diciembre 2013 por Cgamez
POR UNA LENGUA NI SEXISTA NI CONTROLADA POR LA RAEEl “Manual de Buenas Prácticas. Lenguaje administrativo con perspectiva de Género”, publicado por el Ayuntamiento de Avilés en el año 2003, es un ejemplo de las numerosas guías de estilo que proliferaron en España en los últimos años, con la idea de dotar a las distintas administraciones de elementos que permitieran redactar documentos y expresarse en el ámbito oficial con un lenguaje no sexista.  Al leer en la guía arriba mencionada fragmentos como (p. 5): “Los documentos que se elaboran en una Administración son, en cierta medida, su imagen. El lenguaje que se utiliza en estos documentos muestra una determinada concepción de la realidad que se administra”, observamos que se trata de un texto que cree que cambiando el lenguaje podemos cambiar la sociedad. Sin embargo, esta no es la opinión del académico de la lengua Ignacio Bosque, afamado gramático, que en un artículo publicado en el diario El País con fecha 4 de marzo de 2012, se centra en analizar si estas prescripciones encierran errores gramaticales. El académico fundamenta su crítica en torno a la discusión del uso del masculino como plural genérico en castellano y si este impide la visibilización de la mujer. Se apoya precisamente en la narrativa de una serie de escritoras y el testimonio de la científica Margarita Salas (caso en el que se extiende), analizando su forma de expresarse y demostrando que esta se aviene a las reglas de la Academia y no a lo propuesto por las guías de estilo. También respalda sus ideas con su experiencia docente en la universidad a través de la interacción con un grupo de alumnas. Conecta posteriormente la corrección formal en el lenguaje con la educación y la labor de los profesores de lengua en la enseñanza media, que considera fundamental para el futuro de la lengua y los hablantes. Para concluir que la enseñanza de la lengua a las nuevas generaciones: “trata de lograr que aprendan a usar el idioma para expresarse con corrección y con rigor”. Bosque sigue al pie de la letra la estructura de poder propuesta por Bordieu en el artículo “The Production and Reproduction of Legitimate Language” para el sistema lingüístico, fundamentada en los gramáticos como él y secundada por los profesores de lengua. Pero nótese que sustenta su autoridad siempre desde una posición de superioridad respecto del colectivo femenino. Primero, en su calidad de académico, como aquel validado institucionalmente para analizar la producción literaria de las autoras mencionadas. Después, en su posición de profesor ante un grupo de alumnas en un claro ejercicio jerárquico. Ese postura de superioridad frente a las mujeres (el gramático analizando a escritoras, el profesor preguntando a alumnas) hace que su juicio sea falaz, pues nunca habla de colegas gramáticas. Curiosamente (o quizá no tanto), el vídeo “¿Sexismo en el lenguaje?” elaborado por CEUMEDIA, la corporación audiovisual de la universidad privada católica CEU, que está de acuerdo con Bosque en la mayoría de sus tesis, utiliza la misma estrategia discursiva: una voz en off masculina va ligando los distintos testimonios que aparecen, todos femeninos y donde varias de las entrevistadas forman parte de la misma institución. Así, las voces y la visibilidad serían femeninas pero la autoridad masculina. En ambos caso, en ningún momento se plantea que las mujeres en las que se sustentan los testimonios se expresan de esa forma porque esa fue la gramática que les fue impuesta en la escuela, una gramática dictada por académicos como Bosque, en su mayoría hombres. Bordieu afirma que el sistema escolar impone al hablante la posición lingüística dominante sin que este se dé cuenta de su carga política. Dice, además (p. 469): “Integration into a single 'linguistic community', which is the product of the political domination that is endlessly reproduced by institutions capable of imposing universal recognition of the dominant language, is the condition for the establishment of relations of linguistic domination.” De la misma forma se posiciona Lakoff en su artículo “Talking Like a Lady”, cuando afirma que a las mujeres se les ha impuesto un lenguaje desde la enseñanza. En este sentido, resulta reveladora la entrevista a la profesora de la Universidad de Alcalá, Mercedes Bengoechea, cuando esta afirma que “las normas [linguísticas] se crean desde arriba” y nos advierte del fracaso académico con el que se van a encontrar en su futuro profesional aquellas personas que las incumplan. Argumentos que Bosque y el vídeo parecen ignorar. Por otra parte, el autor carga las tintas contra el carácter claramente prescriptivo de dichos manuales, en donde se pueden leer frases como la que encontramos en la guía elaborada por el Ayuntamiento de Avilés (p. 4): “Cuando escribamos un documento, leámoslo viendo si incluye o trata por igual a hombres y mujeres, si no es así cambiemos la redacción y así poco a poco iremos construyendo una sociedad igualitaria”, donde se observa que se trata de un texto con una clara intención prescriptiva en el sentido de higiene verbal que define Cameron. Es decir, como una autorregulación social para prescribir el lenguaje utilizado. El académico critica estes tipo de juicios, a los que acusa por tratar “de enseñar”, y que en algún caso llegan al extremo de multar “a los anunciantes que no respetaran en sus textos las directrices lingüísticas de esa institución”, como ocurre en el caso del manual de la Junta de Andalucía, y que muestra los peligros que puede implicar el prescriptivismo cuando se aplica desde arriba y de una forma excesivamente extricta. Peligro que no llega a percibir Cameron en su artículo, “Problems of Prescriptivism”. Curiosamente, Bosque define sus prácticas y decisiones como lo haría un normativista. Es decir, el gramático se define como alguien que tan solo levanta acta de la naturaleza del lenguaje tal como lo habla “todo el mundo”. Eso se observa al analizar la frase que propuso a sus alumnas: “Nadie estaba contenta” y acabar resolviendo que: “[o]tra opción, que algunos consideramos preferible, sería entender que la irregularidad de esta frase no está en la sociedad, sino en la sintaxis.” Idea que enlaza con su concepción de una lengua ajena a consensos y negociaciones que le hace afirmar “la historia de cada lengua no es la historia de las disposiciones normativas que sobre ella se hayan dictado, sino la historia de un organismo vivo, sujeto a una compleja combinación de factores, entre los que destacan los avatares de los cambios sociales y las restricciones formales fijadas por el sistema gramatical.” Es decir, que los verdaderos dueños del lenguaje son los hablantes y los académicos apenas describen las normas que observan, en contra de aquellos que piensan “que los significados de las palabras se deciden en asambleas de notables, y que se negocian y se promulgan como las leyes”, como son los redactores de las guías. Bosque ignora la afirmación de Bordieu, quien dice que el lingüista le da carácter social, comunitario, a los procesos políticos de unificación de una lengua. También lo obvia el antes citado documento audiovisual, “¿Sexismo en el lenguaje?”, que apoya esta visión de la labor normativa de la Academia, tanto la voz en off como las mujeres que dan su opinión: la escritora y académica Soledad Puértolas y las profesoras del filología María del Carmen Ruiz de la Cierva y Pilar Fernández, aunque esta última tiene una opinión más matizada al respecto al plantear que en realidad todo forma parte del debate entre el uso y la norma en lingüística. Es en este sentido que cita a Lakoff, que afirma que solo las transformaciones sociales cambian la norma, mientras que las sugerencias prescriptivas influyen de forma muy lenta en el lenguaje.  En este sentido, la actitud de Bosque no tiene en cuenta las tesis de Cameron, cuando esta afirma que toda fijación de normas es un prescripción en si misma por el carácter científico de la comunidad lingüística, en especial si se dicta desde una institución como la RAE. Ni tampoco el punto de vista de Bordieu, que ve en el profesor de lengua la figura de un prescriptor. Las opiniones de Fernández estarían en mayor consonancia con esta idea, al estar más matizadas y al contemplar la tensión entre el uso y la norma que también menciona Cameron.  El académico de la RAE tampoco estaría de acuerdo con las ideas de Spender, que se enfrenta en su artículo, “Language and Reality: Who Made the World?”, con un problema similar en el caso del masculino genérico en la lengua inglesa, y que observa que los esfuerzos de los prescriptivistas ingleses del siglo XIX por atenuar el sexismo lingüístico chocaron con las razones históricas de los normativistas, que no tuvieron en cuenta la situación de la mujer en la Inglaterra de siglos anteriores (como no la tiene Bosque, que aduce razones similares), ni los prejuicios machistas de los primeros gramáticos. Al contrario, tal es la voluntad normativa de Bosque, que el artículo está dividido en once puntos, símbolo de imperfección frente al perfecto diez (y al perfecto doce), comparable a la idea que tienen los normativistas del lenguaje como algo en continuo cambio. Pero esta perspectiva idealizada no le ha impedido al académico quejarse al principio del artículo de la ausencia de lingüístas en la redacción de las guías contra el sexismo. Ahora bien, ¿es que si un lingüista participa de la elaboración de uno de estos manuales este toma valor normativo de inmediato? Se trata de una actitud contradictoria y claramente prescriptiva, como la que definía Cameron que realizaban los lingüistas en los “language plannings”, cuando asesoraban a agencias gubernamentales. En cuanto a la posible carga sexista del español que denuncian las guías, y pese a que Bosque asume en parte al inicio del artículo el carácter ideológico del lenguaje, capaz de “discriminar a personas o a grupos sociales”, para el académico el lenguaje no tiene ideología. Así, afirma que la lucha por la igualdad debería centrarse en “las prácticas sociales y la mentalidad de los ciudadanos” y no en las estructuras lingüísticas, pues no cree que sea adecuado “pensar que las convenciones gramaticales nos impiden expresar en libertad nuestros pensamientos o interpretar los de los demás.”  El argumento que separa el lenguaje de las prácticas sociales es a veces extremo en Bosque, capaz de disociar conciencia de sistema lingüístico. Esta misma dicotomía la encontramos en buena parte de los contertulios y realizadores de los vídeos en apoyo al académico. Por ejemplo, los del vídeo “¿Sexismo en el lenguaje?”, que llegan a afirmar que: “el lenguaje en sí mismo no puede ser sexista”. O la escritora Soledad Puértolas, que además del vídeo mencionado, aparece en el programa de TVE “59 segundos” afirmando la independencia del lenguaje respecto de la ideología. Así como tres de las seis contertulias del programa de TVE, que separan la situación de la mujer en España del sexismo lingüístico y consideran a este último un problema superfluo. Por el contrario, esta no sería la perspectiva de los redactores de las guías ni de algunos de los testimonios que aparecen en los distintos documentos visuales. En el manual redactado por el Ayuntamiento de Avilés esta perspectiva resulta evidente. La guía considera al lenguaje como una herramienta ideológica. Mucho más extrema es la postura de Carmen Bravo, representante de la mujer en el sindicato CCOO, que llega a afirmar que el masculino genérico no existe y su imposición es tan solo cuestión de ideología. Unas declaraciones excesivamente fuertes a mi parecer, en especial se tenemos en cuenta que provienen de una persona ajena al estudio de la lengua y que podrían llegar a explicar la reacción frontal a postulados de ese tipo por parte de académicos como Bosque. En este sentido, igual que el académico de la RAE alude a razones históricas e ignora la situación de la mujer en siglos anteriores, Bravo está ignorando los motivos históricos que conforman el lenguaje, eliminando siglos de uso del masculino genérico en la lengua española, algo demostrable por la producción cultural de tantos años, y que se carga las posibilidades de defender sus planteamientos sobre la ideología del lenguaje. Mucho más dialogante es la postura de la diputada Rosa Álvarez, que llega a ligar la desproporción entre los salarios de las mujeres y la lengua, un análisis claramente ideológico. O la opinión de la profesora Bengoechea, que afirma que las instituciones son ideologizantes, la RAE también. Esta sería la opinión de Searle, quien considera que la esencia de las instituciones es lingüística, que la lengua está detrás del poder deóntico. Es por tanto, la esencia del poder político y los conflictos, como el del sexismo que estamos tratando en este documento. En este sentido, Bourdieu llega a preguntarse si son constitutivas las reglas de las academias lingüísticas. Ambos estarían en contra de los argumentos que separan el carácter sexista del lenguaje de los problemas socioeconómicos de la mujer. A fin de cuentas, si decimos siempre trabajadores y no trabajadoras, es normal que los hombres cobren más, pues parecen los representantes de la clase trabajadora por la invisibilidad de la mujer en la expresión. Precisamente, no deja de ser destacable que un académico como Bosque, que alega la neutralidad ideológica del lenguaje como obra colectiva, inicie su crítica lingüística mencionando de forma velada la animadversión de las denominadas cuotas de género (las cuotas que pretenden la paridad entre hombres y mujeres en las instituciones), lo que sería un posicionamiento ideológico, político como llega a afirmar Bengoechea. A fin de cuentas, si como afirma Lakoff, la mujer suele ser particularmente sensible a ciertos elementos del lenguaje como la percepción de los colores o la adjetivación superlativa, es evidente que si hubiera más presencia de mujeres en la RAE, sin necesidad de cuotas pero demostrando que hay en España una cantidad suficiente de mujeres capaces de tener autoridad en materia lingüística más allá de las siete académicas de la actualidad, este tipo de problemas se hubieran solventado hace tiempo por la sensibilización que estas académicas tendrían al sexismo en el lenguaje. En este sentido, Bengoechea afirma que las guías surgieron en la década de 1980 como una expresión del malestar que una parte de la sociedad sentía ante el inmovilismo por parte de la RAE ante unos cambios que se estaban produciendo en el habla de las personas, más sensibilizadas con las connotaciones sexistas de la lengua. Hecho que demuestra la afirmación de Cameron de que el cambio lingüístico es en esencia ideológico. No puedo evitar concluir este escrito con una prescripción matizada. Si, como prácticamente todos los actantes en este debate consideran, el lenguaje es un fenómeno social, seamos conscientes de la carga sexista que tiene la lengua que hoy hablamos, precisamente, por las razones históricas que esgrime Bosque. Si tal como afirma la mayoría de los participantes en la polémica, incluidos los normativistas, la lengua es rica en posibilidades, utilicémosla de forma correcta, sin caer en errores ni artificios como hace la Constitución Venezolana, aunque hagámoslo descargándola de connotaciones sexistas, lo que significaría la necesidad de una educación más profunda en materia de lenguas, cosa que no se da en la sociedad española y tampoco propone el académico. Esa sería una forma de ejercer el prescriptivismo desde abajo que evita los peligros de la imposición lingüística que pretenden alguno de los manuales. Tal vez así, cuando aquellas personas que utilizamos la lengua sin connotaciones sexistas seamos mayoría, la Academía no podrá evitar hacernos caso, si es que resulta tan normativa como dice.

Volver a la Portada de Logo Paperblog