Poco a poco, fui cayendo en la tentación de dejarte ocupar un espacio en mi mente y... tú en la mía. Dejando así, convivir al miedo junto al deseo de tenernos cercas, saborearnos entre placer y dolor teniendo por personal la distancia entre ambos. Viviendo en la piel de quien vive por nosotros, sin ser consciente de ello. Saboreando los sentidos dulcemente pensando en que lo único que compartimos es la Nada de seguir viviendo, mientras el Todo sincroniza nuestros cuerpos. Un sonido desnudo y tierno que desnuda al alma en un par de acordes, siendo tu espalda la caricia etérea entre musa y música. Alzo mis dedos al aire para azotar las teclas blancas con tanta suavidad como la cordura que en este momento ya no tengo. Mientras que, soy la guitarra para tu cuerpo todas las noches al ver caer aquellas sábanas y fundirnos entre recuerdos. Tus manos suavizan el momento, rozan el instante y acarician el placer por el miedo a perdernos entre nosotros; y tu mirada siente celos de ellas. Por una noche quise ser la guitarra más afinada que jamás haya tocado cualquier músico, teniendo musa y huir de ella. Quise abrazar mi partitura cuando ya supe que había terminado el concierto, y me sería imposible ponerme a la altura. Ser más que, velas y romanticismo, la luna llena mientras hacíamos el amor. Tan sólo tenía por único objeto ser la melodía más bonita que hayas escuchado cuando te susurre al oído lo mucho que te quería. Sentir escalofríos por mi piel, y conocer el sabor de tus labios al besar. Pero, no me des más porque tan sólo te he pedido una sola noche. No quiero saciarme de ti ni tampoco tenerme de menos en tu cabeza si te quiero enamorar. Por solo una noche quisiera recordarte a qué estamos jugando sin ser ninguno de los dos, a qué esperamos para conocernos y, menos, para soplar la vela de mi cuarto y que, el tiempo juegue en nuestro favor. Por una noche quise apagar el deseo de nuestros cuerpos y, lo único que conseguimos, fue dejar de ser uno para volver a ser dos.