Porque disparas las palabras a quemarropa, con la alegre ternura
y la nobleza del estrenado al tiempo, soldado y poeta,
inconsciente del recuerdo socavado que en la memoria perdura.
Porque algunas son dulces granadas de mano, que arañan
persuasivas la armadura de la estatua; otras -en cambio- bombas
de racimo, uvas negras que saboreo… que digiero y me dañan.
Porque no sabes lo que estás diciendo, pero lo dices sin ambages,
como pudiendo… tal que un perfecto adalid ciego
cuyo valor, juventud y arrojo, se erigen atrevidos y salvajes.
Porque algún día, en algún lugar, en algún momento, y por alguna
boca, se escapará esa última bala en forma de beso, que me volará el seso…
y que me partirá el alma.