¿Quién es Bou? Me pregunta Nyla Bocado en el Talgo que nos lleva a Portbou. No se lo digo porque suena un móvil. Todo el vagón se entera de los problemas de Berta. ¿Por qué la gente grita cuando habla por teléfono? Miro el paisaje. Se transforma lentamente, al ritmo cansino que impone el Talgo. Nuevamente en una frontera. Otro límite. Otro punto especial del mapa: Portbou. En este pequeño pueblo costero unos piratas amigos de Nyla han decidido izar su bandera negra este fin de semana de septiembre. Portbou, festival Surpas. Cultura libre y popular. Es salir del tren, atravesar la estación, descender por unas frondosas escaleras y sentirnos libres. Y populares también. Nuestros amigos piratas han llegado en su velero de juguete y el propio alcalde los ha ido a recibir. Los finlandeses también han tomado Portbou. Algunos para tocar mientras otros vemos Nanook el Esquimal. Grande Nanook. De mayor quiero ser como Nanook, quiero que me muerdan la suela de la bota, quiero que me susurren Uk Uk Uk antes de dormir. Hambriento nos sumamos a la fideuá libre y popular en el edificio de la Aduana, o sea lo que no hace tanto era la aduana de la que no hace tanto era la frontera entre España y Francia, ahora técnicamente diluida en esa comunidad de vecinos llamada Europa. Se está bien en Portbou. Se siente cierta liviandad. Les ha sentado bien soltar lastre, perder protagonismo. Portbou es ahora simplemente un pueblo más de la Costa Brava. El primer pueblo. El último pueblo. Depende de como se mire. Un privilegio de Portbou. Caminamos hacia el puerto y nos cruzamos con el latin-lover, un personaje escapado de una fotonovela venezolana que, guitarra al ristre, ha llegado en auto-stop desde Berlin. Nos cuenta que lo de la guitarra se lo aconsejó un amigo. Para lo del auto-stop. Con guitarra te paran más. El mito del músico ambulante. Como los finlandeses que tocan en la noche. Vienen con todo, o sea con una mezcla de peculiares instrumentos entre los que destaca una cuerda vertical que, del techo al suelo, se convierte en la medida del trance finlandés. Si se tensa mucho la cuerda acaban a golpes, si se afloja un poco, a besos. No hay punto medio para estos piratas del norte a los que la ligera tramuntana de estos días los ha acabado de poner a punto. Nyla Bocado cumple años y nos abrazamos al pino que atraviesa el balcón de nuestra habitación escuchando un Mediterráneo calmado. Dormimos y creo que soñamos con Benjamin. En Portbou todos sueñan con Benjamin. Todo Portbou sostiene la memoria del bueno de Walter. Visita obligada al cementerio. Buscando la tumba del maestro. Nos sentamos en un banco para impregnarnos de la atmosfera, de ese lugar del que Hanna Arendt dijo que era uno de los lugares más extraordinarios y bellos que había visto en su vida. Exageró un poco, sí, pero el lugar es bello, tiene alma. Tanta belleza excita a la siempre voraz Nyla, que en un rápido movimiento se sienta en mis rodillas y me desabrocha el pantalón. Con los pantalones en las rodillas, cruzo mi mirada con una rubia que ha entrado sigilosamente en el ahora sementerio. Nyla me abraza sin moverse. Un instante después aparece el acompañante de la rubia, que retrocede como pidiendo perdón, como si hubiera entrado en la habitación equivocada, como si aquel banco, ya se sabe, estuviera puesto ahí, frente a la tumba de Benjamin, para eso. Sexo y muerte. Al rato salimos del sementerio. Bajamos las escaleras del memorial. Unas escaleras hacia el mar. Unas escaleras sucias. No sé si a Benjamin le hubiera gustado este memorial. Lo que sí le habría gustado, si le hubieran dejado, es tomar un baño en alguna de las calas de Portbou. No me he bañado en una agua tan clara en la vida. Ni siquiera en el Caribe. Desnudos, libres, populares. Seguimos viendo finlandeses por todas partes. Y parejas haciendo el amor en lugares poco habituales. Esta vez es en la plataforma situada a menos de cincuenta metros de la playa. Un tal Pedro y su novia se refriegan, coreados por media docena de incondicionales que les observan desde el chiringuito. Los surpasados los llaman. ¿Qué haremos el lunes, cuando se hayan ido los del festival? se pregunta desconsolado el dueño de un bar. En otro, unos argentinos discuten con unos lugareños. Buena mezcla la de Portbou. Deberíamos convertirla en un puerto pirata. En la sede del partido pirata. Ojo, con los piratas. En Suecia ya son 250.000.
Todo esto ocurrió hace unos meses. Lo recuerdo así. No fue exactamente así pero así es como lo recuerdo. Recuerdo también haber leído un libro de César Aira. Habla sobre los recuerdos, justamente.
"Dijo que se entretenía con los recuerdos. Tirado en la cama mirando el techo, dejaba girar "la ruleta" de la memoria, y donde cayera "la bola" ahí revivía un momento o época de su vida. Lo cual, agregó, podía ser bueno o malo. Por lo general era malo, lo que es coherente con la metáfora porque en la ruleta son muchos más los números perdedores que los ganadores. Pero aún así valía la pena por el placer inmenso que obtenía de los escasos recuerdos felices, cuando el azar quería que salieran. ¡Qué deleite entonces, qué goce, cuánta dicha!”
"lo curioso es que no pensar en alguien o algo, borrarlo, desaparecerlo, no significa olvidarlo. Es como si el olvido exigiera un trabajo especial, de tipo positivo, no negativo como el mero negarse a pensar en un tema. Y creo que yo puedo decir que no olvido nada"