Un día, sentí que me dolían las tetas. Esa tarde tuve que dejar la película que estaba viendo e ir a echarme en la cama, porque el dolor era muy grande. Después de eso, me sentí mal durante días: muy cansada, un poco adolorida, con el estómago en una extraña revoltura... con un malestar general como si estuviera "tomada". Estaba embarazada y el embrión tomaba posesión de mi cuerpo. Empecé a comer lo que ella quisiera, en la cantidad que ella quisiera y cuando le pareciera bien. La ocupación se vanaglorió con el estrepitoso retiro de mis defensas, expresado en una infección tras otra.
Como anunciaron los sitios de internet y las mamás a mi alrededor, el segundo trimestre pasó todo eso. Dejé de sentirme mal; nunca llegó la gran energía de la que gozaron algunas, pero dejé de estar exhausta, y empecé a volver a ser quien dirige mi dieta (lo cual no es bueno porque ella tiene gustos más saludables que los míos). El tamaño de la barriga hace que sea necesario buscar "arreglos" para el movimiento, pero nos acomodamos bien. Puedo decir que en la medida en que mi organismo se ajustó a ser hábitat de otro ser, he recuperado posesión de mi cuerpo. Con ombligo extraño, pero mío. Sin cafeína, pero porque yo lo decido. Casi pongo mi bandera, si tuviera bandera de mí; pero ni para qué... sería risible porque mientras eso sucedía, otra posesión tuvo lugar, y esta es implacable.
No es el hecho de que la ame, sino el hecho de que en general, mi pensamiento gira alrededor suyo. No solo trabajo para ella, sino que quiero trabajar para ella. Se ha metido en mi alma, y me ha tomado para siempre.
Silvia Parque