El gentío, real y virtual, suele preguntarme por el secreto de mi supervivencia cerebral y aclimatación dicharachera en el mierdapueblo.
Y yo, que entiendo perfectamente que, después de cuatro años en el culen del mundo, mis planes de perpetuidad por estos lares generen estupefacción e incógnitas a tutiplén, soy tan maja que se lo voy a revelar.
Les sugiero que rebajen sus expectativas y no esperen de mí recetas milagrosas. Que yo sepa, hasta el momento no ha sido combinado remedio químico a tal efecto, ni en Vips encontrarán manual punsetiano alguno que les adiestre sobre felicidad agraria en 12 pasos. Y no, el Maromen no me trae flores a diario.
El clavo ardiendo de mi resistencia mental en esta pequeña aldea germana no es otro que el positivismo sin mesura - y el guasap, vale.
¿Que no hay peluquería decente en varios kilómetros a la redonda - concretamente hasta pasada la frontera? Kein Problem ¿no hace un frío de cojones y hay gorros ideales?
¿Que son las cinco de la tarde y ya es noche cerrada? ¡Mucho mejor! ¿No dicen que el sol es malisísimo para la piel y que te acentúa las arrugas?
¿Que tienes a tu madre lejos? Una pena, sí, pero ¿no sería pelín cargante y una amenaza para tu estabilidad matrimonial que viniese a reorganizarte el salón todos los domingos?
Ya lo ven, a vueltas de tortilla aquí persevero; y debe ser que soy un rato convincente, porque algunas me las he creído a pies juntillas. Sin ir más lejos esta última, la de la madre española tipo - la mía -, sofocante e intensa toda ella, obcecada en redecorarme la vida y arrastrarme a la peluquería.
Adentrarme en sus dominios, garbosa y sin recelo, es un arte que he perfeccionado a lo largo de los años: que si la ropa estaba planchada pero ha llegado así por la maleta, que si los niños se han vuelto a cortar el pelo ellos solos, que si a mí se me ha roto el vaquero ahora mismito en el avión...
Más difícil, eso sí, es cuando ella se persona en los míos. Un año entero para desaprender modales ibéricos da para mucho, no lo subestimen; y es saber que vienen los agüelos y entrarme un tembleque de hija desleal que ni se imaginan.
Durante cuatro días he tenido bien agarraíta mi dignidad de adulta y paridora de tres y he procurado no inmutarme ante los interrogatorios sobre el paradero de la televisión, los juguetes de plástico o una cómoda con marquitos; he respirado hondo antes de informar sobre la necesidad de descalzarse en la puerta; me he esforzado por no perder la calma durante la enésima aclaración de reparto basuril por colores, formas y sabores; y he intentado justificar dulcemente por qué el grifo no se deja abierto lo que dure la fregada.
Sería un pelín cargante y una amenaza para mi estabilidad matrimonial que viniese a reorganizarme el salón todos los domingos ¿verdad que sí?
Mas luego resulta que precisamente esa intensidad española y esas ganas de adecentarme la existencia son las que han metido una gallina al vacío en su maleta. Justo al lado de la redecilla para los garbanzos y el chorizo de Cantimpalos. ¿Se imaginan un cocido madrileño de su madre en el culen del mundo?
Eso, y un congelador lleno de Tuppers de lentejas, no hay positivismo que lo arregle. Y yo me voy a leer a Punset, a ver me da fuerza o algo. Snif.