Quiero contarles del viejo Kirby y su perro Fantoche, personajes que a diario me cruzo por las calles de la ciudad y que sin embargo no conozco. Incluso sus nombres, estos que les estoy diciendo, no son sus nombres. Porque también me son desconocidos. Pero en mi mente, cuando los veo, así se llaman.
Kirby es como todos los Kirby del mundo. Solitario, harapiento, sin un aseo en meses o años, el último obtenido con suerte en algún hospital durante una visita trasnochada tras varios tetra brik de pocos pesos y muchas sonrisas. Con más huecos en su boca que dientes, aliento a abandono y tristeza, ojos marchitos que no ven ni comprenden, labios lastimados de no comer, encías roídas por el aire y las bacterias y gruñidos en lugar de palabras, balbuceos en lugar de oraciones. Y algo así como "¡Acho!" al llamar a su perro, aunque tampoco es Acho y tampoco sé si está llamando a su perro.
Pareciera que fuera a quebrarse en dos a la altura de sus rodillas cuando camina. Es casi un presagio del destino común que todos tenemos. Un esqueleto ambulante, que no mendiga para sobrevivir, sino para seguir muerto. Pero Kirby está vivo, y para muchos, ese es su error. ¡Vaya coraje el del viejo mal parido de recordarnos cómo tarde o temprano terminaremos! Muchos se cruzan a la vereda contraria no solo para no olerlo, sino para no reconocer el rostro propio en el ajeno.
El sol de la mañana en días despejados se entretiene con el viejo. Dispara en forma de sombras su cabello hacia todos los puntos cardinales, tan duro como un rosal en invierno, incluso con más espinas. Kirby se mueve y a la par lo sigue ese dibujo caprichoso, casi como una maldición. Pero él no se percata. Nadie lo hace en realidad. Es un objeto de burla, un desafío para quiénes quieren una selfie osada, una tomada de pelo, un insulto a la vista.
Kirby no sabe de gobiernos, ni de política, militantes, promesas o sobornos. Es probable que jamás haya votado. O incluso que tenga un DNI. ¿Entonces el viejo no es parte del pueblo? Lo es, pero lo ignora. Y no le importa. Tampoco paga impuestos y por suerte, aún no hay impuestos para el que solo necesita respirar. Un vago, dicen algunos, mientras compran artículos caros hechos por chinos que ganan dos mangos la hora. Un mantenido por la sociedad, aventuran otros, que mientras se pasean en auto están pensando en cómo evadir lo máximo posible en la próxima declaración jurada. Un pobre hombre, se lamentan personas con cruces y estampitas, dándole vuelta la cara y rezando para no caer en la misma desgracia.
¿Dónde duerme? ¿Con qué se alimenta? ¿Dónde está cuando no está? ¿Alguien lo asiste? ¿Alguien se ha ofrecido a cuidarlo? ¿Acaso yo lo he hecho? Ninguno de nosotros ayuda al pobre Kirby. Por suerte hay campañas online para donar y ayudar a otros Kirby en el mundo. Hay fundaciones y organismos para eso. Incluso los cajeros automáticos nos preguntan si queremos ser solidarios con nuestro dinero. Nos llegan correos electrónicos para que firmemos decenas de proyectos de personas con buen corazón. Firmamos algunos, reenviamos otros, ignoramos otros tantos. Lo hacemos a las apuradas, para poder llegar a los correos que nos importan, que nos traen ofertas de último momento. Ofertas en las que tampoco podemos detenernos mucho, sobre todo si queremos ver que publicaron en twitter o en facebook. Porque se publica mucho, a toda hora. Y se opina. Y cada contacto que uno tiene es un filósofo moderno y su verdad es la verdad, no hay otra. Y la verdad de uno, supera a la verdad del otro. Como hacen los políticos, que juegan a ver quién la tiene más larga con el dinero de la gente.
Y entonces, sin que Kirby lo sepa, los de un bando insultan al otro bando, y el otro bando, insulta al primero. Se sacan los ojos con palabras, todo desde la impunidad de una pantalla, bien a lo guapo, faca en mano que ahora es un mouse, pero mouse al fin. Y ojo, que yo la tengo más larga. Y mi verdad es la verdad, no la tuya. La tuya es una mentira.
Y yo admiro a Chomsky, ese octogenario lingüista, cuya lucidez dijo hace poco que en realidad la verdad ya no importa. Es suficiente con hacerle creer a la gente algo. Y distraerla. Como se distrae a un chico para robarle un juguete. Igual. Casi lo mismo. Mientras tanto, Kirby cruza las calles mirando hacia el piso, con tics en cada movimiento, absorto de todo, incluso de los que le tocan bocina para que se apure, porque para él no hay colores en el semáforo, ni semáforo mismo.
Detrás, siempre cerca, trota Fantoche. Una cruza de galgo con algo más. Indefinible, pero fiel. Siempre pegado al viejo harapiento, sin pedir nada a cambio. Y es literal. Porque de Kirby no puede esperar sobras, mimos, palabras de afecto, nada. No creo que porque no las tenga, sino porque a lo largo de su vida, se las han robado. Fantoche ni siquiera lo sigue por amor. Es porque se siente parte del viejo. Cosa extraña la pertenencia. Pertenecer a algo, a alguien. A un país, a una ideología, a una camiseta. Todos pertenecemos a algo. Salvo que ninguno tiene la lealtad. Es algo en extinción.
Hoy pensamos de una forma y mañana de otra. Aunque lo de pensar es relativo. En los tiempos que corren, otros piensan por uno. Marketing que le dicen. Y uno repite. Es un lorito. La tecnología nos ha convertido en loritos. Somos loritos ingenuos. Hasta nos cortan la cola para que no nos volemos. Y estamos enjaulados desde hace algunos años. Yo vivo enjaulado. Tengo rejas en todas partes. Para sentirme seguro. Hasta a las plazas y parques han comenzado a ponerles rejas. Para que sean espacios seguros. Nosotros tras las rejas y los delincuentes sueltos. En las calles, en las fuerzas de seguridad, en los gobiernos. Y nosotros presos de la realidad.
Vaya paradoja. Kirby y Fantoche son libres. Sucios, hambrientos, pero libres. Sin ataduras. Porque no hay nada a cambio entre uno y el otro. Solo ese sentido de pertenencia, del que en todo caso, Kirby es inocente. No tienen ideologías. Solo sobreviven. ¿Son anarquistas y no lo saben? Sufren el rechazo y no están al tanto. ¿Son acaso discriminados y lo ignoran? ¿Alguien debería denunciar que son víctimas de abusos verbales? ¿Existe algún género para la violencia que sufren? ¿El desamparado es plausible de condena? ¿O deberían ir presos, uno a la cárcel y el otro a la perrera, por el simple hecho de desencajar? Afean las calles con su maloliente caminar, ponen en peligro a los conductores responsables de la ciudad, asustan a los nenes y nenas que se animan a pasear solitos por las veredas. Los Kirby del mundo hacen eso y cosas peores. Sin dudas que sí. ¿De otro modo, cómo explicar su conducta? ¿Su alienación?
¿Qué difícil es convivir con estas clases sociales, no? Se escuchan chistes racistas y muchos ríen. Se amparan en el humor. ¿Qué humor? ¿El que enmascara la verdad? ¡Cierto! La verdad ya no importa. Entonces, no trabajemos. ¡Seamos gobierno! ¡Llenemos de dinero nuestros bolsillos en nombre de la patria! ¡Hagamos amiguismo mientras podamos! ¡Descansemos de no trabajar! ¡Pongamos rostros adustos de haberlo hecho! Y exprimamos, así, fuerte, fuerte. Exprimamos a todos los que podamos. A los que nos votan y a los que no. A los que tienen nuestros colores y a los que no. ¡Total somos todos de una misma clase! Y cuando nos vayamos nosotros, vendrán ellos. Y cuando ellos se vayan, volveremos nosotros. La calesita del poder pero sin sortija. Aquí solo gana la banca. Y se apuestan nuestro futuro.
Pienso en Kirby y no puedo más que admirarlo. Como en esas películas, donde el final nos deja pata para arribas, con una revelación que nunca nos imaginábamos. Lo veo en mi mente, ahora mientras escribo, caminando con su paso quebradizo y la sombra por detrás, con esos pinchos oscuros que se alargan y se achican según la hora del día, y al perro Fantoche, su aliado existencial, y no puedo hacer otra cosa que reír a carcajadas. Estoy riendo a carcajadas. Porque me cuesta creer que Kirby y Fantoche ignoren todo lo que pasa alrededor y entonces lo comprendo. ¡Ellos saben! ¡Ellos son los que se ríen de nosotros! Y entre sonrisas y mensajes ocultos, cuando sus ojos se cruzan, mientras algunos les tocan bocina, otros se llenan la boca de insultos, y muchos se cambian de vereda, ellos nos llaman imbéciles, marionetas del capitalismo, esclavos ignorantes de los gobiernos de turno, moneda de cambio de los grandes empresarios, pequeños despojos repletos de miseria y soberbia que nos nubla la vista y la razón, estúpidos adoradores de promesas paganas, incautos perejiles que aceptan espejitos de colores y a cambio de nada. O sí. De trabajar para sobrevivir, de vivir para trabajar, de ganar dinero para pagar impuestos para poder seguir viviendo con el fin de sobrevivir y así poder trabajar para que la rueda siga girando, una y otra vez, sin importar la mano que la hace girar, indefinidamente, desde tiempos inmemoriales, desde que la humanidad es humanidad y se ha dejado oprimir por el poder, por el miedo, por la falta de unión y lealtad.
A la par de la rueda, caminan los Kirbys y Fantoches del mundo.
Por ellos brindaré este año nuevo y cada día de mi vida. Por esos fantasmas que hemos creado y que sin embargo, lo representan todo.