Postales de mi tierra: Caballo Cunca

Publicado el 21 octubre 2017 por Perropuka


El misterio habitaba en Caballo Cunca.
Un día de aquellos, por pura diversión de niño, te ibas a las tierras bajas al sureste del pueblo. Único y extraño paraje de suelos ardientes y cactus como cirios gigantes, a la vera del camino. Por todo bicho, cigarras metían bulla escondidas entre los espinos de los algarrobos. Eso era La Vega, tierra de espinos y huertas de chirimoyas con muros de nopales. Donde brotaban algunos hilos de agua crecían como juncos unos escasos cañaverales. Viejo trapiche en el patio de alguna casa con aires de abandono. No había almas a la vista, a veces tropezábamos con cabras montaraces. Lo demás era matorral y sequedad agobiante como en las infernales arenas del Chaco. 
Oíamos historias. Que enormes víboras cascabel que decían que allí moraban. Que tarántulas apasankas más peludas que un mono. Que saltamontes del tamaño de palos. Pero yo alucinaba con Caballo Cunca, aquella intrigante montaña pelada que escondía un desconocido mundo para mí. Donde finalizaban los bajíos de La Vega, el rio se angostaba bruscamente, aprisionado por una estrecha garganta. La gente decía que era imposible seguir bajando por ese desfiladero de rocas que parecía conducir a las entrañas de la Tierra misma. Del otro lado de Caballo Cunca, me imaginaba que había un espeso bosque de niebla permanente, trajinado por tarukas con cornamentas doradas, pumas azules y zorros rojos. 
Parecía que Dios había creado un gigante para vigilarlo todo. Le sobrevivía su cabalgadura petrificada.